sábado, 12 de septiembre de 2009

Yo, Zona Sureño (El Tincho)

Qué jodido, ¡jodiiido, men! que es asimilar Zona Sur cuando eres de la zona sur. Website muy bien hechito, elementos promocionales llamativos y Juan Carlos Valdivia anunciando en entrevistas previas que es su obra más personal y más conceptual.

¿Cachas? Personal y conceptual, como si la plata para hacer cine te la regalaran. E incluso cuando te la regalan te pueden salir esperpentos. Pero Valdivia tomó un riesgo y el arrojo le valió cada centavo: no sueles sonreirle mucho a quien tiene la mala costumbre de cantarte las verdades.

Zona Sur es una foto del país que habitamos hoy. Por eso es urgente ir a verla: porque la historia es mala conductora y nunca dice a qué lado va a doblar. Dejaron la lente abierta dos horas, desde Obrajes apuntando a la Muela del Diablo, y esa parte de la ciudad se retrató. Y por lo que me dijeron los cruceños que ya la vieron, es imposible no identificarse con los personajes, de tan ajenos y tan propios que llegas a sentirlos. Far away, so close.

El deber del arte no es dar respuestas, sino plantearse preguntas. Sin embargo, Zona Sur te podría responder a un montón de dudas que de repente habían dado vueltas en tu cabecita al tratar de entender este bendito país. Valdivia toma una posición y lo hace con virtuosismo: narrativa arriesgada, composición poco tradicional, fotografía increíble. Dejá que las fallas surjan solas, la película se sobrepone a ellas (¡yaaaaaa!).

Quitale las aristas. Si hay exageraciones y omisiones, es porque se plantea una obra per-so-nal, importante definición a la hora de entender a los personajes y su sinergia: todo ocurre en una burbuja, esa metáfora con la que eternamente se ha comparado a la Zona Sur. Cada personaje tiene su claustro, propio y personal. Es como el Grillo canta, "cada día, sentimos una nueva soledad". ¡Cojudooo! Eso es La Hoyada.

Si piensas que La Paz comienza en Cota Cota y termina en la VIllazón, tal vez te vaya a chocar. Y si piensas que bajando de San Jorge la ciudad se vuelve irreal, una utopía, te va a sorprender. No cometas el craso error de buscarla en DVD. ¡Nos respetaremos pues! Es que tienes que ir al cine, chango. Tienes que ver las caras que hace la gente. Escuchar el comentario de la señora que se escandaliza de ver a la chola sentada a su mesa, ver el rostro desencajado de la jailona que dice no serlo. ESO es lo que paga tu entrada; ¡no vayas con tu ñat@, porque no es una película para relajear! Y eso que hay escenas que son un turn-on total.

En fin, osssea, tienes que ir a ver Zona Sur. Vale cada centavo. ¿GI Joe? Ni por Sienna Miller. OK, está de la Harvey Milk con Sean Penn. Pero en serio, hasta esa puede esperar un rato. ¿Eres de la Zona Sur? Entonces no vas a entender las escenas en aymara. Pero no nos hagamos a los que queremos entender ahora... ¿no?

No leí ninguna crítica de la peli antes de hacer este post. Si te saltaste todo el rollo hasta llegar acá, no deja de ser una buena idea.
Fuente: http://tinchowww.blogspot.com/2009/08/yo-zonasureno.html

Zona Sur: Valdivia y la Casa Grande (Ada Zapata)

Descorriendo el velo de la indiferencia

Alguna vez pensaste que una familia es un ato de perros? cada animal ensimismado desea ir por su lado estirando al resto. De pedigree por supuesto, Valdivia nos entrega un elemento faltante al fragoso diálogo del cine boliviano, la atmósfera residencial paceña de Zona Sur.

En esta jauría boiviana se menean blandamente el encanto de los cholos, la virlocha lesbiana y los mestizos jailones. En Zona Sur los empleados hablan entre sí en aymara, sin ninguna traducción para los curiosos espectadores, poniendo en evidencia nuestra aceptada indiferencia y nuestra incapacidad de entender un mundo que se cierra sobre nosotros; gravitando peligrosamente en el cine indigenista de Sanjinés que mira la hoyada, o pasando por el humor negro del cine urbano de Marcos Loayza.

La película transcurre en la blanca contención de una casa que relumbra como personaje solitario. Con un innovador desplazamiento, el lente de la cámara nos introduce en el vientre de ésta por un espejo "ojo de pez" situado en la puerta, y de forma circular con movimientos espirales descubre un extrañamiento visual, una mirada externa que atrapa con pulcritud al espectador. Dos grandes relojes sembrados en la cocina dan cuenta del mundo redondo en el espacio cerrado y nuclear de la casa, a semejanza de una acomodada jaula. La cámara descriptiva regresa egocéntricamente sobre el narcisismo de los personajes, atrapados en la casa, incapaces de ver lo que está más allá del deseo de sus propias narices. Gracias a estos lentos movimientos de cámara, la claustrofobia la única locación (la casa y sus habitaciones) se transforma en el espacio de descubrimiento donde cada objeto habla en silencio de los dueños.

Tratando de dar profundidad a los personajes, en la superficie de una aparente calma, Valdivia parece contestar a la irresuelta mirada maniqueista de Sanjinéz con una lectura amable de las diferencias raciales, culturales, y del enfrentamiento de clases en la sociedad paceña. Las diferencias están ahora mediadas por la negociación, por un trato cordial y finalmente humano en la convivencia de dueños y empleados. Sin embargo con esa misma calma y con una violencia velada se sugiere que en la tranquilidad de la Zona Sur la clase alta es desterritorializada, y la casa (o este lado de la nación boliviana) es comprada a la Señora por la Chola, creándose una nueva casta pudiente. En la "casa tomada", se desenvuelve otro juego de las diferencias culturales, y la discriminación que no deja de existir. A la burguesía boliviana no le queda más que congraciarse con el cholaje, adoptar otro tono con la otredad si quiere sobrevivir. Diferente pero igual, juntos pero no revueltos, la película reproduce el consabido trato de poder donde en última instancia no se borran las diferencias, las tensiones sociales y raciales en un país que sufre inesperadas metamorfosis.

Inocentemente Andrés, el niño de la casa , está por fuera y por encima de esta, en la edad mítica escapa a los techos con un par de alas de papel. En la única escena donde se abandona la casa, escondido , acompaña al mayordomo (Wilson) al funeral del hijo de éste. La fuga hacia "el otro lado" conduce a un lugar cerca al lago Titicaca donde los comunaríos semejan otro cerco inquebrantable, un solemne ritual fúnebre del que casi nada podemos ver.

El anacrónico niño, como una atemporalidad o como el reflejo de otra generación (viste como un pequeño de los años sesenta, con pantalones cortos y tirantes) probablemente representa un futuro conciliador de la sociedad, la alianza entre La Señora y Wilson, entre el amo y el subalterno, matriarcado boliviano donde se comparte la mesa. Tal vez por eso ante la angustia de la madre Andrés sabe que es el momento de volar, de abandonar la casa y el pasado, aunque sólo sea para emigrar a España o para construir otra gran casa en Huajchilla.

¿La película se queda light?, Zona Sur tampoco escapa a la exageración con alguna escena teatral, que simbólica como marca del director, se desenmarca del estilo realista de la película: con las manos forzadamente levantadas y apoyadas contra las ventanas de la casa, los personajes describen el cuadro de su desesperación. A pesar de la excelente realización que pone nuevamente a Valdivia a la cabeza del cine boliviano (con movimientos poéticos y una imagen impecable), Zona Sur no se libera de cierta atmósfera de telenovela, matizada por la influencia del destape mejicano con películas como Y tu mamá también; sin llegar a la corrupción las abiertas escenas de sexo entre los jóvenes decoran la película con desenfado. Se coquetea con la piel y las verdes hojas del jardín, las caricias lésbicas sobre las diferencias sociales y la sensualidad del cuerpo de la noviecita tonta en las finas sábanas del jailoncito arrecho.

Valdivia en la llaga (Roberto Dotti)

En La Paz, los más ricos están abajo. Paradójica figura que da vueltas en la cabeza del director de Zona Sur. El autor de esta ‘dolorosa’ película, tan boliviana como universal, desata algunos nudos de su infancia y de años urbanos arrojando una historia caliente sobre la mesa. Juan Carlos Valdivia (Jonás y la ballena rosada, American Visa) penetra en una familia tipo ‘Sur’ y desteje su intimidad con 57 planos secuencias, describiendo casi todo en forma circular, una familia, una historia, un momento.

Una madre sobrepotectora de los varones y crítica de su hija, exitosa en sus negocios (aunque nunca demuestra sus habilidades) acarrea las ‘taras’ de los k’aras (hombres blancos). Sólo falta que hablen inglés para detallar su fuerte influencia ideológica y su estilo de vida. La familia, sin padre, es servida a merced por el mayordomo Wilson y por Marcelina, jardinera de la florida casa.

Carola no logra el control de su hogar ni de la educación de sus hijos, como así tampoco de su vida, sus deseos y sus proyectos, tal vez porque no los tiene. Todo subyace impaciente en una casa, donde nunca pasa nada y donde pasa todo.

El lenguaje simbólico construye el imaginario y esgrime conceptos precisos y contundentes que describen la burbuja de zona sur.

Un filme que toca fibras, que golpea y que pone en debate los prejuicios y las distancias sociales. “Me da la gana de gritarte, esta es mi casa”, dice Carola. “No me sigas gritando”, contesta Wilson y amaga con un golpe.

Escenas de tensión, roturas del aparente bienestar, inflexiones.

Bernarda, la hija, con honestidad brutal enfrenta la coraza materna y el protectorado matriarcal. “Soy orgullosa de lo que soy” y despacha un contundente “No quiero ser como vos”, dice suelta de cuerpo y alma. Este choque no es solo generacional, sino existencial. En la intensidad del diálogo se desliza un consejo materno: “Lo que no tienes lo cultivas y lo que tienes no lo muestres”, como alertando el cruel mundo exterior que le tocará afrontar y la debilidad de su inmadurez. Carola trata de educar desde la sutileza, donde halla claridad, una ambigüedad que sobredimensiona una clase posicionada por tradición, más que por sus logros.

Afuera casi siempre llueve, una metafórica demostrando la hostilidad exterior, tiempo de cambios, un recurso viejo, pero que aún funciona. El clasismo y el racismo, se abordan desde distintos niveles y entrecruzan las historias de una familia adinerada venida a menos y en franco proceso de descomposición y decadencia. En contraparte, ‘los sirvientes’ que conocen al detalle a cada miembro familiar y nadie los conoce a ellos, van ocupando espacios, logrando desplazar una clase, un poder, una idiosincrasia, un barrio, un país.

Con una estética prolija y pulida, fuerza por momentos el ritmo que se vuelve lento. La música ajustada y certera, no sólo construye climas. Aporta con vigor el relato y también cuenta.

El aimara no fue traducido o subtitulado al español (Sí al inglés). Se le quita la palabra o mejor dicho no se los toma en cuenta. Pero atraviesa el latente deseo del protagonista, lo que vendrá del mundo marginado, oculto, ninguneado.

La inocencia del pequeño Andrés es implacable cuando pregunta “¿y si no fueras empleado qué te gustaría ser?” Y también, “cuando eras niño ¿qué querías ser de grande?”, La búsqueda de la reafirmación lo acerca más al mundo andino que al de su clase. “Si no fuera por Wilson, esta casa sería un desastre”, se anima a decir. Él será lo que le designan que sea, pero no quiere ese destino, quiere volar, como los otros, quiere otra cosa.

Los destacables trabajos de Ninón del Castillo (Carola), Pascual Loayza (Wilson), Nicolás Fernández (Andrés) edifican una historia que no había sido contada desde allí. Personajes bien trabajados que convencen por su soltura y su madurez a pesar de ser primerizos en la pantalla grande.

Un acierto del director paceño que se las arregló para hacer cine de bajo presupuesto, logrando buena calidad estética y un tema tan actual como manifiesto, debatible, polémico, urticante y muy exportable.

Una fuga hacia el norte en la Zona Sur (Jorge Luna Ortuño)

El pasado jueves 13 de agosto se realizó en la Cinemateca la avanti premiere de la película boliviana Zona Sur, producida por Cinenómada, escrita y dirigida por Juan Carlos Valdivia. En primera instancia es el nuevo intento de Valdivia por hacer un cine que sea artístico por un lado, y rentable por el otro. El desafío estaba en realizar un proyecto con sustancia, basado en conceptos y que provocara a pensar, pero sin que deje de ser un producto atractivo para todo público. En el excelente documental A personal journey through american movies, Martin Scorsese –unos de los creadores más estimulantes del cine moderno- se refiere a esta cuestión denominándola “el dilema del director”: regla según la cual el director de cine está limitado por la aceptación de los productores que perciben lo que el público desea ver. Es esto lo que supo ver Valdivia y entonces presentó Zona Sur como respuesta. De esto trata también la alusión que hace a Steven Spielberg en un pasaje de la película, llamándolo el artista que sabe ganar millones o, en palabras de Valdivia: “el hombre que sin dejar de ser niño, sabe manejarse en el mundo de los negocios”.

Valdivia intenta superar el “dilema del director” con un guión que se interioriza en el mundo de la clase alta paceña sin olvidar incluir a un par de habitantes aymaras (cumpliendo el rol de la servidumbre) Quizá en otros tiempos los sirvientes no habrían tenido ni una línea en el guión, hubieran quedado reducidos a una especie de extras, pero dado el momento político que vive el país, en Zona Sur tienen un espacio protagonista, les dan una voz, existe una preocupación particular en el vestuario, los colores y sus espacios; el lente se detiene también en ellos. Esta medida es inteligente porque así Valdivia tiene a su disposición una variedad de personajes que le permitirá mostrar las relaciones que se dan entre dos formas distintas de posicionarse en el mundo –la indígena y la de los jailones- aludiendo a situaciones que se dan también a nivel general en la sociedad paceña.

La influencia de Sloterdijk

Llama la atención la tentativa de Valdivia por presentar Zona Sur como una película de personajes, pero concebidos como espacios, es decir como esferas. Valdivia se confiesa seguidor del filósofo alemán Peter Sloterdijk, autor de la monumental trilogía Esferas, y le da una especial importancia a las propuestas de este autor en la película. Valdivia apunta: “La intención de las tomas circulares es enfatizar las burbujas individuales, aquellas a las que se refiere Sloterdijk en su trilogía de las esferas”. La aproximación artística a un filósofo aporta una lección que bien les convendría considerar, tanto a intelectuales como a docentes académicos: seguir a un filósofo no es memorizarlo ni repetirlo y menos aún convertirlo en el objeto de culto de algún grupo; seguir a un filósofo es hacer algo con él en beneficio de un trabajo personal y entonces crear algo en consonancia, a nivel conceptual, en la afinidad de un rítmo o de una misma cadencia que se comparte con él. Eso es lo que hace Valdivia para dar vida a Zona Sur, que nos cuenta escribió el guión de la película en tres semanas, después de haber estado viajando en un barco de carga por el Atlántico, leyendo y rumiando los conceptos del filósofo alemán.

Para que el amigo lector tenga una breve noción, el concepto de esferas considera la experiencia del espacio como la experiencia primaria del existir. Sloterdijk dice que vivimos siempre en espacios, esferas, y atmósferas, desde el útero de la madre, la familia, la escuela, hasta la cultura y el sistema político que nos delimita. Desarrollarse es salir de esferas y pasar a otras, experimentar crisis cuando una se rompe, y aprender a aclimatarse cuando se ingresa a otras. Vivir es crear esferas, espacios habitables -no siempre físicos- que pueden consistir en el espacio creado por una madre con su hijo, o por una pareja, por ejemplo. En esta película las esferas se encuentran dentro de una gran esfera que es la casa en la que viven.

La puesta en escena

No habiendo una historia, ni una trama, y siendo más una especie de documental de una familia, nos referiremos a los personajes: Carola, la señora de la casa, es una mujer divorciada que ha dedicado su vida a sus tres hijos, y vive afligida pensando en el futuro que le espera cuando salgan de la casa. Patricio es el hijo mayor -el típico jailón de la zona sur- parte de una generación de seres deshabitados que viven con una cierta desdicha a pesar de tenerlo casi todo; Patricio evidencia lo obvio que resulta tipificar al jailón paceño, ya sea en su actitud, su pose, su lenguaje, o en su forma de pronunciar la “r” como si hablara en inglés. Bernarda, su hermana menor, es un personaje más interesante: es una chica atractiva que se niega a aceptar que el estatus económico de su familia defina su modo de vida, sus gustos, su imagen y sus compañías. Sin embargo vive a medias, solo con un pie en otra esfera, en otros segmentos de la sociedad (eligiendo ser lesbiana, estudiar en la UMSA en lugar de la Católica, etc.), pero sin alcanzar a completar su huída de la vida que la asfixia. Wilson y Marcela, el mayordomo y la sirvienta, se mueven bajo la sombra de una visión del indígena obediente, sumiso y tolerante a las exigencias de su amo. Hasta ahí encontramos demasiado cliché y estereotipo que evita que nos miremos auténticamente en el espejo sin la distorsión de contaminantes. Por eso es que en esta casa llena de espejos, ventanas, cristales y joyas, volvemos la mirada sobre nosotros una y otra vez, pero acabando en el aletargamiento, sin mayores resultados, pues no encontramos nada nuevo o nada que ya se ha dicho muchas veces en incursiones parecidas. Es curioso que el ejercicio de explorar en la Zona Sur termine revelando tan pocas cosas; que en muchos casos (en temas como el descuido de los hijos, la infelicidad en la opulencia, la búsqueda de una identidad, etc.), este acercamiento del lente no sea más que una confirmación de lo que suponíamos, y que se presente como “retrato íntimo” una realidad que a estas alturas es demasiado anunciada y previsible.

Para terminar hay que señalar que el ritmo de la película es cancino y tedioso, no solo porque casi toda la acción pase solo dentro de la casa, sino también por los constantes giros de 360 grados de la cámara que nos dan la sensación de que la película nunca termina de empezar; sumándose a esto los tonos musicales son demasiado uniformes, solemnes y nostálgicos, con el que se cierra el círculo de encierro. Estos recursos cumplen con su objetivo, es cierto, que es el de generar esa misma sensación de asfixia en la audiencia y el de mirarse a uno mismo. Pero de todos modos hubiera venido muy bien un espacio de deshogo, una variación en el ritmo, una fuga. Sin embargo, en medio de este tedio, el personaje que más se escapa, y a la vez nos permite escaparnos a nosotros, es Andrés, el hijo menor de la familia, el más descuidado por la madre y sus hermanos, pero por lo mismo es el que está más a salvo. En esta casa iluminada por colores blancos, Andrés es la otra claridad, un respiro, una línea de fuga para la película. La monotonía de la música solo cambia cuando aparece Andrés, variando con melodías electroacústicas, el charango y el saxofón. Andrés está cavando sus salidas, pero con una particularidad, pues al ser un niño y no poder salir de la casa, se busca sus medios indirectos: el encuentro con un vendedor que viene a ofrecer quesos del Altiplano es un contacto con el exterior, una salida; después logra salir en el auto de Wilson ocultándose en el asiento trasero. Pero es principalmente al ir creándose sus propias esferas (el techo de la casa, la casita en el árbol, etc.), que Andrés se fuga, y a falta de una salida horizontal, huye verticalmente, hacia arriba; por eso vive más en contacto con el aire que con la tierra, sentándose en los techos, lanzando burbujas, y soñando con volar un día. Sus medios aparecen al producirse sus primeros encuentros con el arte, con sus dibujos, y al crear a su amigo imaginario “Spielberg”, el artista millonario.

A pesar de toda la crítica negativa que se le pueda hacer, Zona Sur es un avance en el cine nacional que deja algo más que un buen sabor a boca. Además de dos figuras que destacan en su labor Joaquín Sánchez, -director de arte-, y Cergio Prudencio –compositor-, rescatamos el excelente trabajo de Paul de Lumen en la dirección de fotografía.

Zona Sur como metáfora de la derrota de la derecha (Julio Peñaloza Bretel)

Luego de conversar en televisión con Juan Carlos Valdivia Flores y la productora de la película, Gabriela Mayre ("Bolivia piensa", canal 7, viernes 4 de septiembre), confirmé mis primeras percepciones con respecto de lo político en "Zona Sur" en sentido de que no había intención de fijar una posición explícita --tomar partido-- en favor de unos u otros, "porque la realidad es mucho más compleja que concebir las cosas en blanco y negro" según el propio guionista y director...aunque en el tratamiento visual el blanco y el negro sean predominantes.

Es fascinante que arte y ficción puedan resultar premonitorios en cuanto a los rasgos que incorporan de una sociedad desde lo psicológico, social y antropológico, y lo que vaticina "Zona Sur", sin proponerselo, es que los conservadores, los jailones, los oligarcas y los neutrales perderán en las próximas elecciones del 6 de diciembre, justamente por no reconocer la identidad plurinacional de Bolivia y por haberse negado a aprender que en estos cuatro años el país se encaminaba inexorablemente a la implosión y a la violencia, si de una vez no se incorporaba desde la estrategia de poder a todos: indígenas, campesinos, clase media, y blancoides negadores de la diversidad.

La derecha ha quedado atrapada en una cosmovisión donde no existen las contradicciones y la dinámica social como producto de la colonia y la República neocolonial, y en la que persiste una vieja lógica de hacer política comó búsqueda del control estatal y ciudadano apelando a sindicaciones vacías de concepto y a la búsquedad de generación del miedo del potencial votante, intentando persuadirlo que la confrontación está nada más sustentada en el odio y el revanchismo racial de "los malos".

Con esa visión obtusa y esa simplifación de la realidad se comprende mejor por qué la derecha perderá frente a Evo Morales y eso, la película de Valdivia, lo anticipa con la ventaja de quien trabaja sus convicciones desde la libertad creativa y sin las ataduras de quienes viven pertrechados nada más que con un prisma único basado en la pugna político electoral.

Mirar a Bolivia detrás de la ventana (Daniela Otero)

Zona Sur es el retrato de una familia, de un barrio, de un país que cambia, dijo Juan Carlos Valdivia ambiciosamente, al referirse a su última película.

La vi el fin de semana, con la expectativa que me produjo la posibilidad de sorprenderme, como con La ballena rosada o con American Visa. Pero me encontré con una lectura egocéntrica, en la que percibí al director encerrado en la misma burbuja de cristal en la que enclaustró a sus actores.

Y es que, en realidad, Juan Carlos Valdivia forma parte de ese pequeño grupo de cineastas nacionales que estudiaron en el extranjero. El Consejo Nacional de Cine o algún mecenas les infló el ego y el bolsillo. Su principal aporte fue no haber renunciado al sueño de hacer cine en un país del tercer mundo.

Esto, a diferencia de otros muchos que se resignaron a estudiar Comunicación Social no más, que no tuvieron plata para invertir, ni contactos con las ballenas rosadas de la cinemateca como Carlos Mesa, ni la viveza para rodearse de contactos que financien sus aventuras cinematográficas.

Quizá por eso la película repite las ignorancias de los jailones bolivianos. Para la burguesía nacional -que vive de plata prestada , cuando no de consginaciones de empresas en las que hay algún familiar o de licitaciones fraudulentas y corruptas - las chicas que viven en Miraflores son "birlochas"; las cholas tienen más plata que ellos, porque son contrabandistas; los empleados hablan en aimara para que los k’aras no los entiendan; las indígenas de occidente se hacen pegar por sus maridos; los empleados usan las cosas de las señoras; los niños bien sólo se ocupan de farrear y de cambiar de autos y la Gota de Agua es un antro.

Y este país, al que desprecian, es un niño caricaturizado en pantalones cortos y suspensores, que ilusamente piensa que volará con alas de papel y no se da cuenta que está volviendo al pasado, a los años ’60, o sea, al Estado protector, dejando atrás la modernidad, que para esta casta fue el neoliberalismo.

Encerrados estamos, parece decir Valdivia, cada vez que, de manera magistral, muestra a los personajes detrás de los cristales mojados por la llovizna del cambio. Pero en el fondo somos buenos, convivimos con el enemigo, con el vendedor de queso, con el ají de fideo, con nuestra empleada y nuestro mayordomo a quienes invitamos a nuestra mesa.

Tendremos que resignarnos a venderle nuestras cosas a las cholas platudas, a aceptar que son nuestros amigos. Al fin y al cabo, ellos conviven con nosotros, con los pocos privilegios que nos quedan, como ir a jugar póker, beber whisky, vestir ropa de marca, viajar a España; dormir y tirar en sábanas de seda, conseguirnos una magnífica que cree que está haciendo el negocio de su vida; ser lesbiana.

Para nuestros intelectuales, periodistas, activistas y uno que otro ex presidente extraviado en el mismo egocentrismo de Valdivia, la película es el elocuente retrato ¿o autoretrato? de una clase en decadencia, de una clase desplazada del poder por los cholos, avasallada por un proyecto de cambio que los margina, que los excluye. Pobrecitos.

¡Qué lúcido que es el arte! Nadie como él para clavar el bisturí y diseccionar a la sociedad, exclama Jaime Iturri. Al final, reflexiona Jimmy, periodista al que estimo de verdad, terminamos todos sentados a la mesa comiendo y compartiendo ese ají de fideo tan democrático e igualitario.

La película plantea de manera muy elocuente la irreversible decadencia de la clase blancoide paceña. Sus taras, sus imposturas, sus superficialidades, su vacío existencial y, sobre todo, su recambio generacional; es decir, sus hijos como lo peor que han producido, dice, por su parte María Galindo, para quien esta producción es probablemente, el único retrato bien logrado de la clase alta en el cine boliviano.

Zona Sur retrata la caída en desgracia de una familia jailona de clase alta de La Paz. Personajes encerrados en sí mismos, enmudecidos ante el empoderamiento de una clase emergente, orgullosamente chola, que los desplaza, que compra con platita en mano sus refugios de fantasía, dice Ricardo Bajo.

El sociologismo no cabe porque desmontaría la historia personal, la nostalgia, el niño y los sueños, la mirada desde abajo y los espacios cruzados de lo que es lo mestizo, dice, con la grandilocuencia de siempre, Carlos Mesa. Una clase se ha desmoronado. El poder le ha sido arrebatado, la otra clase ha tomado el papel de protagonista central en este nuevo tiempo, lamenta el ex presidente , enjugándose las lágrimas con el pañuelito blanco.

Claro, los mestizos estamos heridos. ¡No somos nada! ¡Nadie nos toma en cuenta! ¡Quieren que seamos iguales, pero yo soy blanco, inteligente y hablo ingléj!

La fotografía, la música, la producción de esta película son encomiables. Calidad pura, en serio. Pero la catarsis de Valdivia decepciona, francamente, porque en realidad, creo que en esta película no hay ironía ni metáfora alguna. Él y otros muchos mestizos siguen viviendo en su burbuja de cristal, mirando a Bolivia detrás de la ventana.

Fuente: http://damasyescuderos.blogspot.com/2009/09/zona-sur-mirar-bolivia-detras-de-la.html

“Sé feliz, deja tus privilegios” (María Galindo)

Servidumbre y servidos comparten un espacio de encierro en una casa de lujo. La película plantea de manera muy elocuente la irreversible decadencia de la clase dominante blancoide paceña. Sus taras, sus imposturas, sus superficialidades, su vacío existencial y, sobre todo, su recambio generacional; es decir, sus hijos como lo peor que han producido.

Los cánones de clase que plantea, como la ausencia de padre, la madre machista atrapada en un deber que resulta demoledor para ella misma, la servidumbre vivida como un derecho natural, etc. Todos estos cánones están perfectamente retratados con una exquisitez de detalles que hacen de la película de Juan Carlos Valdivia probablemente el único retrato de clase alta bien logrado del cine boliviano.

La película está hermosamente armada en la dirección de fotografía, en la construcción de escenas, en la dirección de actores y en la puesta en escena.

La permanente penetración en los resquicios más íntimos de la cotidianidad no deja casi ni un cabo suelto. Hay momentos en los que el libreto es especialmente agudo y, aunque asume riesgos, no cae en maniqueísmo ni simplificación alguna.

El momento en el que la película cae cuasi en caída libre de ese gran nivel de interés y de sensaciones que transmite, es en el desenlace, donde pierde congruencia, credibilidad y hasta sentido. Es donde todos los logros de la película se diluyen en una escena mal construida, que es la escena final. Escena que la película no requiere, escena que sobra. Presumo que responde al deseo de Juan Carlos Valdivia de buscarle una salida a una situación de encierro que no la tiene. Otra de las sobras de esta película es la introducción de una relación lésbica. Tratada apresuradamente, sin cuidado, y que aparece como un relleno innecesario que no le aporta a la película y a aquello que nos quiere mostrar absolutamente nada. La música, compuesta por Cergio Prudencio, plantea también un contraste de atmósferas entre servidos y servidumbre, que completa esta bellísima obra del cine boliviano, Zona Sur.

Viendo la película no dejé de recordar la oportunidad en la que una promoción del colegio Calvert, de La Paz, salió a reparar su aburrimiento, atropellando fruteras, violando chicas y humillando trabajadores en la calle. Rito que cumple la clase dominante de nuestra ciudad año tras año, sin terminar de saciar su hambre de “maltrato”.

“Sé feliz, deja tus privilegios”

“Zona Sur”: el canto del cisne (Carlos Mesa)

Andrés (Nicolás Fernández) está en el comedor impecablemente puesto para una cena, la cámara gira en su rutinario ciclo de compás a la altura de las copas. Por un instante, los ojos claros del niño se pueden ver a través del cristal de una de ellas. La copa es una esfera. Andrés —paradójicamente— es el único de los personajes de Zona Sur que está fuera de las esferas que encierran de modo dramático a todos los personajes, pero la metáfora se expresa de modo intenso en ese par de momentos en que el vidrio es físicamente una burbuja, tan cerrada cuanto transparente.

Si el niño es el único nexo entre un mundo y otro, y será al final el único que pueda zafarse de la casa que encierra las vidas de todos, es a la vez quien nos lleva de la mano por una trama hilada con ritmo exasperante, pero perfecto para esta historia. La cámara (el yo interior, el yo colectivo, el narrador narrado), es en este caso la concepción creativa esencial del director Juan Carlos Valdivia.

Zona Sur es —qué duda cabe— la película más madura y personal del realizador que se inició en el complejo camino del largometraje hacen ya largos 14 años. El filme puede leerse de varias maneras, pero quizás la más significativa sea la propuesta conceptual. Y aquí Valdivia hace por primera vez desde que Sanjinés publicara Teoría y práctica de un cine junto al pueblo, una apuesta por enlazar con sentido fondo y forma, no a través de artificios esteticistas sino a partir de una honda visión interior. La idea de las esferas es aquí esencial para lograr el clima exterior y a la vez encontrar el alma-rehén de los personajes. De ese modo, la cámara comenzará a girar cuando Marcelina (Viviana Condori) abre la reja de ingreso a la casa al comenzar la película y no terminará sino en la última secuencia de la obra, mirando el cielo liberador.

Pertinaz, implacable, Paul de Lumen la hará dar una y otra vez vueltas de 360°, lentamente, a un mismo ritmo-tiempo, como un metrónomo, pero sin compases, porque el giro todo es un compás. La cámara dará la vuelta sobre el mundo de cada uno y de todos sin importar la altura de sus movimientos, ni su inclinación. Será círculo, será elipse, será rueda de Chicago, será cuerpo íntimo, será un obsesivo y único ojo. Con ella estarán el cristal y el espejo, uno y muchos, todo tendrá su revés, cada rostro podrá mirarse y remirarse, cada cara será una y dos, y tres cuando no más, a partir de la omnisciente presencia de los marcos de plata y las fotografías de los miembros de esta familia que se ahoga en sus esferas y vive en ellas y no puede respirar sin ellas.

Valdivia no propone una idea estética, propone que la cámara, que la dirección de arte, que el tiempo (lento, siempre lento), que el montaje, que la luz, sean encarnación entre personajes e historia. El cuidadoso estilo teatral de su primera película, Jonás y la ballena rosada, en la puesta en escena con su mayor logro en el vientre de la ballena-sótano de los amantes, es aquí más complejo, porque Joaquín Sánchez logra lo improbable, que el blanco y la transparencia encierren. Es que ésta es la historia de un encierro entre caracolas marinas, bolas de cristal, objetos de plata y lugares barrocos como el baño de Carola (Ninón del Castillo), toques kitsh como los patitos de la bañera de Patricio (Juan Pablo Koria), que en la composición global logran una extraña belleza entre lo leve y lo pesado.

Sin lugar a la caricatura

¿De qué se trata Zona Sur?, de lo obvio, sí, un lugar, una clase, un espacio social, un momento de la historia sugerido apenas con la primera plana de un periódico. Pero el sociologismo no cabe porque desmontaría la historia personal, la nostalgia, el niño y los sueños, la mirada desde abajo y los espacios cruzados de lo que es lo mestizo. Impecable el autor cuando nos deja con los parlamentos en aymara sin traducir. Que quede claro, hay una barrera entre dos mundos contradictorios, que no se entienden en la palabra, pero que sí pueden conectarse a través de señales, de signos de afecto y desafecto. No hay lugar para la caricatura, cuyo riesgo era evidente, el de explotadores y explotados. Los hechos son más que elocuentes.

El triángulo clave está en Carola, Wilson (Pascual Loayza) y Andrés. Los tres son sin duda los personajes más completos y logran mostrar los círculos y liberarse o quedar atrapados en ellos, estar dentro o fuera de sus propias prisiones a través del puente emocional del niño que pregunta para exorcizar. Carola es una extraña combinación de frivolidad y mirada sagaz sobre sí misma y sobre sus hijos; desbordada por las formas, en el fondo entiende perfectamente su propio desmo- ronamiento interior y el de todo lo que la rodea, se da cuenta de que la búsqueda de sus hijos es insuficiente, inmadura. Sus lugares comunes son resueltos sin lugares comunes. La ominosa ausencia del padre, la sobreprotección; madre para el hijo, madrastra para la hija. El hijo consentido, la hija cuestionada. Carola es el matriarcado en toda su fuerza y en toda su debilidad, es la intuición inteligente y la respuesta convencional en una sola persona. Pasando por alto algunas dubitaciones en el parlamento, Del Castillo hace una interpretación acabada e intensa, con un rostro difícilmente equiparable para retratar a una mujer en la madurez y en la descarnada soledad.

Loayza se mueve con brillantez como pez en el agua en ese doble mundo del empleado y el hombre con mundo propio y enigmático. Irónicamente para Valdivia, quizás la secuencia más bella y sobrecogedora del filme es la única en que la cámara gira libre, en la montaña, con el inmenso lago a sus pies y con la serena sobriedad de la celebración de la muerte de ese otro mundo atisbado con respeto y sin folklorismo. Wilson es ambiguo como lo son, salvo Andrés y Marcelina, todos los protagonistas, como es ambigua la vida. Los tonos de los interiores de esa soberbia casa son los tonos de las almas.

Pero es en los dos jóvenes y en sus respectivas novias, donde el desarrollo de caracteres se hace insuficiente, Patricio y Bernarda (Mariana Vargas) no alcanzan a desarrollar su interioridad. Su leit motiv es la agresividad, la actitud desafiante y la provocación, en el fondo viven la indefensión y el extravío de una edad de transformación y de una clase desconectada del mundo real, pero que no acaba de cerrarse en la propuesta dramática. Aquí, una vez más, Valdivia cede a la tentación del exceso y nos ofrece alguna escena de sexo demás, que podría haberse omitido, quedando claro a pesar de ello, que es el realizador que trata con mayor solidez un tema que el falso pudor local nunca logró resolver con naturalidad en películas de otros directores.

La fiesta ha terminado

Cuando Carola y Wilson, que se mueven siempre en el borde del diálogo y el equívoco, están a punto de romper físicamente su siempre precario equilibrio, la película llega al vértice en el que las esferas se rompen. Ambos son conscientes de su intensidad contenida y de la página volcada. Una clase se ha desmoronado. El poder le ha sido arrebatado, la otra clase ha tomado el papel de protagonista central en este nuevo tiempo. El desenlace quizás imprevisible, es por el contrario el único posible en este contexto. La comadre (Juana Chuquimia), la chola, llegará para decirnos a todos que la historia ha dado un giro de 180°. La fiesta ha terminado. La matriarca mestiza comprará la casa de Carola, pero hará algo más, definirá claramente la vacuidad y la frivolidad que se están hundiendo, a la vez, una elegante sofisticación europeizante será sustituida por la imponente mujer, su rostro impenetrable y sus frases suaves pero claras: “¿Y si te ofrezco 20 mil más comadre?”.

Andrés es la libertad y el lazo. Será el único testigo silencioso de esta familia que se acerca al mundo del “otro”. Se mueve entre su ensimismamiento con “Spielberg”, su yo alterno, y su limpia locuacidad, es víctima y centro de la agresión cariñosa pero incesante de su hermano que quisiera en él la reproducción interminable del machismo irresponsable. Es quizás un rol demasiado esforzado para el pequeño Nicolás que, con todo, sale librado del peso que el director pone en él para conectar las esferas.

La música de Cergio Prudencio resuelve su mayor desafío en el cine, con la sobriedad impensable en trabajos como Para recibir el canto de los Pájaros. La intimidad es aquí un imperativo, la música no podía y no llega al punto de romperla o invadirla. ¿Gira como la cámara? Sí, gira como la cámara y nos envuelve.

Por momentos, la película se extravía en fragmentos que no se cierran, en historias inconclusas, en pinceladas que no cuadran. Sólo los tres personajes logran centrarse en la totalidad. ¿Son hilos dejados sueltos por acaso, o es una búsqueda intencional? Quizás la razón sea que la peripecia no importa, porque de eso se trata. Al no ocurrir nada relevante en la superficie, uno puede seguir hasta sus recovecos más íntimos lo que cada uno es en esa Zona Sur que da el dramático canto del cisne, el último, el que nos ha tocado presenciar, o vivir, o protagonizar, según cada espectador. En castellano y aymara, Carola y Wilson nos muestran dos rostros multiplicados en sus espejos exteriores e interiores.

Andrés volará a lo que quiere ser, busca siempre y logrará la libertad repetida de modo magistral con las tomas aéreas sobre esos techos que son el mundo, todo el mundo de Zona Sur.

Si Juan Carlos Valdivia no hubiese cedido a un final simbólico pero deslavado, pudo haber escogido para redondear esta película emblemática, ese momento sobrecogedor de la cámara alejándose lentamente, mientras cada uno de los personajes está atrapado en su esfera, detrás de los cristales de la casa que vive el blanco el azul y gris, y la lluvia, y el sol como se vive la vida.

“Hay una barrera entre dos mundos contradictorios, que no se entienden en la palabra, pero que sí pueden conectarse a través de signos de afecto y desafecto”.

“Una clase se ha desmoronado. El poder le ha sido arrebatado, la otra clase ha tomado el papel de protagonista central”.

Zona Sur, la película del proceso de cambio (Sergio de la Zerda)

Bien decía el escritor cochabambino Ramón Rocha Monroy, que una de las cosas más importantes que hizo Evo Morales y su gobierno fue poner al país entero en un diván, presto para una conflictiva sesión de psicoanálisis. No se me ocurre mejor metáfora para definir las agudas transformaciones, no tanto económicas como sociales, que Bolivia vive desde el 2006. De un solo jalón, cambas y collas, ricos y pobres, indígenas y mestizos, nos vimos tirados en un sillón en el que tal vez muchos por primera tomaban conciencia del “otro”, un otro invisibilizado por siglos o un otro que hizo su vida en protegidos reductos, como el de la zona Sur de La Paz.

Precisamente es en esta área residencial, la más exclusiva del país, donde paradójicamente los “ricos ven desde abajo a los pobres”, en la que el cineasta Juan Carlos Valdivia decidió contarnos su versión de este “psicoanálisis” colectivo. Lo que consiguió fue una personalísima obra de cine de autor que, sin embargo, grafica con maestría esta sociedad que muta. A contracorriente de filmes como El Estado de las cosas (Marcos Loayza, 2007), Cocalero (Alejandro Landes, 2007) y Evo Pueblo (Tonchy Antezana, 2008), cintas que, con mayor o menor calidad, apelaron al realismo documental para pintarnos el panorama reciente, Valdivia nos propone una ficcional historia mínima.

“La vida transcurre sin mayores contratiempos en esta gran casa rodeada de un hermoso jardín. Es un mundo maravilloso, una gran burbuja de confort donde conviven diversas esferas individuales: la madre, Carola, sus tres hijas, Patricio, Bernarda y Andrés y los habitantes aymaras de la casa, Wilson y Marcelina”. Tal el escenario básico en el que las tensiones personales de los convivientes son una profunda alegoría de los sucesos actuales.

Un aire enrarecido circulaba por la urbe paceña la tarde del 22 de enero del 2006, día en el que el primer presidente indígena tomaba juramento. Definitivamente, algo se había roto en Bolivia, dando paso a una nueva era. Parte de ese “algo” era el hecho de que las reducidas clases dominantes veían por primera vez amenazados sus espacios y privilegios, por las mayorías simbólicamente empoderadas. Zona Sur se refiere muy brevemente y apenas a Morales y su gestión, pero es elocuente al exponer cómo una adinerada y clasista familia respira el nuevo orden de cosas. También de un jalón, aunque señalado a partir de la cotidianidad que muestra el filme, a Carola (Ninón del Castillo) y los suyos este país les parece más extraño que siempre. Ya no se sienten los soberanos dueños de una nación con la que, por otro lado, jamás se sintieron identificados. Las circunstancias hacen que incluso se vean obligados a interactuar humanamente -a veces con gusto y otras sin disimular su asco- con aquellos a los que sus generaciones anteriores consideraron por siglos inferiores, cuando no invisibles. Y esos “otros” empiezan a tomar conciencia de que son de todos modos imprescindibles, de que ellos son la base de una pirámide social que comienza a derrumbarse, abriéndoles espacios antes impensados. Muy lejos de lo panfletario o el cliché, Zona Sur tiene su buena porción de su riqueza en traducir las fricciones sociales en actitudes, en gestos, en maneras a veces contradictorias de vivir y ver el mundo.

Harto nos quejamos de que Bolivia nunca tuvo movimientos artísticos que acompañen las transiciones históricas. La obra de Valdivia, sin proponérselo explícitamente y como ninguna otra cinta de estos años, fija su enfoque en el proceso de cambio.

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mirandoelhumo@yahoo.com

Entrevista a Juan Carlos Valdivia (Espinoza y de la Zerda)

Valdivia: “Para seguir existiendo como cineasta, tengo que explorar nuevos lenguajes”
Santiago Espinoza A.

Sergio de la Zerda

Cinco años después de “American Visa” y 14 después de “Jonás y la ballena rosada”, una de las películas clave de eso que se dio en llamar “el Boom del ’95” del cine boliviano, el paceño Juan Carlos Valdivia estrena su tercer largometraje, un proyecto muy personal y arriesgado con el que busca reinventarse como cineasta. Así es como el propio Valdivia presentó “Zona Sur” la mañana del lunes pasado, cuando estuvo de paso por Cochabamba para “inaugurar” la inacabada pasarela entre el Cine Center y el Boulevard de la Recoleta y, de paso, romper en algo el secretismo estratégico con que el filme ha estado siendo promocionado en las últimas semanas.

Minutos antes de exponer a las cámaras su estilo de vestir casual y su cuidada melena en la que ya asoman las canas, Valdivia dialogó con la RAMONA al pie de la dichosa pasarela para explayarse, con su singular acento paceño de dejos mexicanos (radicó y trabajó en México hasta hace poco), sobre las circunstancias que dieron origen a “Zona Sur” (su primer largo con guión original suyo), los riesgos estéticos y temáticos que ha asumido, las expectativas que cifra en esta película (en la que se estrena en el cine digital y la producción independiente) y la necesidad de seguir realizando proyectos de este tipo.

Así también, Valdivia reconoce que la historia del filme, centrada en los últimos días de una adinerada familia de la zona sur paceña -un área geográfica que aglutina a los diez barrios más exclusivos de la urbe, asociados generalmente a la clase alta paceña- , está muy inspirada en vivencias personales, pero aclara que no se trata de una trama autobiográfica. Y, claro, al realizador tampoco se le escapa el hecho de haber montado la campaña promocional más agresiva para un filme boliviano de la que se tenga memoria. Fogueado en el mundo de la publicidad, tanto en México como en Bolivia (reconocido en especial por sus spots para Entel), él se muestra muy pragmático y repara en la necesidad de saber “vender” incluso una película autoral como la que presenta. De hecho, apela a las propias ambiciones estéticas del filme -110 minutos de metraje repartidos en 57 planos secuencias- para alimentar aún más las expectativas en torno a este ambicioso proyecto, que ya fue proyectado para la prensa paceña en días pasados, y con buenas críticas (ver recuadros), y al que alguien ya habría comparado con “La Nación Clandestina”.

-Aunque “Zona Sur” se presenta como una película con menos pretensiones comerciales que sus anteriores trabajos, se ha notado una apuesta de promoción bastante arriesgada y atípica para el medio boliviano y, por decirlo de alguna manera, profesional…

Yo tengo una productora que se llama Cinenómada. Hacemos mucha publicidad y para nosotros es en cierta manera fácil. Como director, yo he querido ser libre y hacer la película que he querido, pero hay un lado que es el lado de empresario, además haces una película para que la vea la gente. Entonces, ya he hecha la película, nos hemos preguntado cómo podemos hacer para comunicar lo que estamos haciendo al público. Entonces, hemos creado una campaña que esta semana va a ser mucho más intensa. Vamos a salir en televisión, en radio, en fin. Más que una cosa comercial, para mí es un interés en que la película llegue al público. Me interesa saber qué repercusión puede tener, qué puede sentir la gente, cómo la va a recibir. Soy muy conciente de que, después de algún tiempo, las películas terminan siendo películas bolivianas. Así se ve desde fuera el cine de Bolivia. Las películas terminan siendo parte de nuestro acervo cultural y de nuestra filmografía como país. Creo entonces que es importante que la película llegue al público. Y en el mundo contemporáneo el marketing es algo de lo que no podemos escapar, y yo no le tengo miedo. Estamos distribuyendo la película nosotros mismos, le hemos dado mucho énfasis a eso, a todo el diseño visual de la campaña, a las gigantografías. Sobre todo, estamos trabajando en el eje troncal con bastante fuerza.

-¿En qué se diferencia ésta de sus anteriores dos cintas?

Con esta película hay una intención de construir un lenguaje propio. Y formalmente es una película muy diferente a las anteriores. Creo que llega un momento en tu carrera cuando tienes que renovarte o morir. Y yo sentí una urgencia de renovarme en la manera de hacer cine. Quise hacer un cine mucho más fluido, no tan complejo de no tan complejo de financiar ni de producir, una cosa hasta más casera, se podría decir. Y también he querido usar otro lenguaje. Esta es una película intimista, consta de aproximadamente 57 planos, son planos secuencia, la cámara gira todo el tiempo, son planos circulares y entonces hay una estructura formal muy fuerte que pesa sobre la película. Sin embargo, creo la experiencia de verla te hace olvidar que hay esta formalidad, pero es algo que está funcionando. La diferencia de esta película con las anteriores, que además son adaptaciones, es el guión que escrito, inspirado en una serie de vivencias personales. Es una película más personal, es más cine de autor. Y hay una intención clara de hacer arte y menos comercio.

++“Experiencia monástica”++

-Leímos que la idea del guión nació en un viaje. ¿Cuál la génesis de la película?

A mí lo que me pasó es que, después de “American Visa”, fue muy difícil recuperarme, porque fue una película muy costosa. “American Visa” me gusta, le tengo mucho cariño y todo, pero veía en cierta manera un estilo intercambiable. Creo que es una película que también la habría podido dirigir otro director. Entonces, dejé de ver cine, sentí que tenía que dejar de ver cine. Prácticamente dejé de ver películas durante tres años. Yo, que había sido un cinéfilo empedernido, que veía todas las películas, películas de arte, películas comerciales de todos los países y no me perdía nada, de repente sentí la necesidad de no ver cine. Y, en un viaje que hice a Europa, en un barco de carga, empezaron a surgir las ideas para “Zona Sur”, sobre todo, leyendo filosofía. Y cuando volví en enero, me senté a escribir el guión. Siempre quise escribir una historia que tenga que ver con mi familia y con mi niñez. Y, aunque la película no es autobiográfica, hay muchas cosas que yo he tomado del mundo que yo conozco.

-¿Cómo se hace una película sobre Bolivia en un viaje por el Atlántico?

Empecé a dejar de ver cine y a preguntarme qué hago. Para mí hacer otra película como “American Visa” no era una opción, porque fueron cinco años de pedalear por los mercados mundiales para conseguir plata para armar la cosa. La verdad, quería hacer una cosa menos pesada, más fácil de hacer, que no conlleve tanta responsabilidad, en la que, si me equivocaba y no salía bien, no importaba. Para mí era bien importante encontrar eso, mirarme al espejo y preguntarme quién soy yo, qué siento, cómo veo el mundo. Quizás viajando, aislado en la cabina de un barco de carga, empecé a pensar en muchas cosas. Luego, cuando regresé a Bolivia, empecé a escribir. Pero creo que la película viene de un aislamiento, de un viaje a un desierto, un poco de un proceso monástico. Sobre todo para mí, que trabajo en audiovisual, era importante encontrar un espacio de nada, de vacío, para poder crear otra vez.

++La impronta de Pasolini++

-Si bien dejó de ver cine antes de encarar este proyecto, ¿cree haber sentido alguna nueva influencia cinematográfica en la realización de esta nueva película?

Sí, uno de los cineastas en los que he pensado cuando escribía el guión era Pasolini, un cineasta capaz de crear un tono contradictorio. En sus películas, el homenajea y alaba lo mismo que está criticando. Es una cosa que pasa en “Zona Sur”, es una película que homenajea algo y lo critica al mismo tiempo, y eso te crea una tensión muy especial.

-¿Encuentra relación entre esta nueva experiencia cinematográfica y el cine reciente boliviano o latinoamericano?

Hay una colega que ha visto la película (un texto que lo vamos a publicar en la página web de la película también) y ha encontrado una similitud de “Zona Sur” con “La Nación Clandestina” (Jorge Sanjinés, 1989)... (risas). Yo nunca había pensado que podría ser así, pero, bueno, ella ha notado eso y a mí me parece interesante.

-¿Y hay alguna relación más conciente con los nuevos cineastas o con el cine del boom del digital?

La película se ha hecho en digital, sin embargo, una de las cosas que yo critico de la era digital es que ha hecho las cosas tan fáciles que las películas se ven mal, se oyen mal. Creo que eso puede tener a la larga un efecto dañino en el público, que ya no va a querer confiar en ver una película boliviana. Sin embargo, creo que lo digital también le ha dado una soltura y ha abierto temáticas en el cine. Y creo que a mí me ha puesto en estado de alerta de que, si quiero seguir existiendo como creador y cineasta, tengo que entrar a explorar nuevos lenguajes, nuevas maneras de contar.

-Se ha filmado en digital, pero se ha hecho el transfer...

Sí, y lo hemos hecho finalmente porque es una cuestión de distribución. Tampoco quería poner un en las salas de exhibición un DVD que no se ve bien. Todavía no está montado el sistema en el mundo para la distribución masiva de las películas en digital. Creo que en unos pocos años sí lo va a estar.

-¿Parte de la incursión en los nuevos lenguajes es que, por ejemplo, la gente pueda elegir trailers en internet, como ha ocurrido con “Zona Sur”?

Ahora vamos a subir un tercer trailer y vamos a empezar a subir un poco más de información a la página web (www.zonasurfilm.com). Además, estamos editando un libro como de 100 páginas con textos de la película. Creo que es una película interesante, queremos darle al público herramientas para que pueda apreciarla y tener otra lectura. Es como cuando vas a un museo, mientras más sabes del artista o de la obra, la aprecias más. Queremos difundir una serie de materiales para que la gente pueda disfrutar más la película y entenderla mejor, criticarla mejor si es que quieren hacerlo.

++Entre Sanjinés y Bellott++

-Usted ha sido protagonista del “Boom del ‘95” del cine boliviano. ¿Cómo ve la renovación del séptimo arte nacional, a casi 15 años de ese punto de inflexión?

Hay un hueco generacional entre mi generación y la de ahora. A mí me parece muy interesante que ahora los cineastas empiecen mucho antes. Tú ves a tres de los cineastas del momento, (Rodrigo) Bellott, (Sergio) Bastani y (Martín) Boulocq, y ves que han empezado más antes que nosotros, a los veintitantos años. Mi productora es coproductora de la película de Boulocq (“Los viejos”), he querido también apoyar a los cineastas jóvenes y me interesa seguir apoyando a otros jóvenes directores. A diferencia de cuando yo empecé a hacer cine, cuando teníamos fondos de fomento y una serie de cosas, ahora es mucho más difícil. En un momento en el que el país está cambiando, es cuando más deberíamos hacer cine, pero es una pena que no haya los apoyos necesarios para que los jóvenes directores empiecen a hacer sus películas y tengan más recursos para hacerlas con un mínimo de estándar técnico.

-¿Tiene algún juicio general sobre los nuevos realizadores? ¿O concibe un trabajo más bien particular de cada uno de ellos?

Yo creo que todos son muy diferentes, y eso es interesante. Ahora se está graduando una nueva generación de la Universidad Católica Boliviana en La Paz, que ha hecho una carrera de cine, donde yo también he dado clases, y ahí vamos a ver a 20 directores más que van a salir al mundo. En pocos años vamos a empezar a ver un cine mucho más vigoroso y variado en su temática y en sus estilos. He hablado mucho con los graduados y hay muchos que quieren hacer un cine completamente de autor y otros que quieren hacer cine comercial. Ambos cines son necesarios para alimentar al público.

-¿Qué tipo de renovación estética o temática ha visto en los nuevos directores?

Creo que es una generación menos política, que habla del mundo desde un punto de vista más idiosincrático, más personal. Eso les da una libertad para hablar de las cosas.

-¿Cree que su generación tenía esa diferencia también con la anterior, con la que estaba representada por Sanjinés y Eguino?

Cuando salí con “Jonás y la ballena rosada”, me estaba rebelando contra el cine latinoamericano y contra Jorge Sanjinés. Quince años después he llegado a admirar a Jorge Sanjinés, a la obra que ha construido, lo diferente y única que es. Pero es muy propio de los jóvenes ir en contra de lo anterior. Me parece sano que los directores ahora quieran romper con lo anterior y mostrar nuevos lenguajes, nuevas maneras de ver el mundo.

-¿Cree que hay también una renovación estética con la era digital?

La cuestión digital ha sido mundial. Desde que salió el movimiento Dogma, que ha permitido toda esa gran ola de imágenes, creo que el público se ha cansado un poco de eso. A veces puede resultar un poco fácil decir: ‘yo tengo la cámara y hago lo que quiero’. Lo ves en el arte contemporáneo también, cuando las bienales están llenas de videos muy caseros y llega un momento en el que dices basta. También llega un momento en el que tienes que empezar a consolidar lo que estás trabajando. No puede ser todo tan suelto. Yo he abordado mi entrada al digital pensando en que tenía que tener más rigor que antes.

-¿Cree que, en alguna medida, ha faltado un poco de rigor recientemente?

Yo creo que ha faltado un poco de rigor, que todavía falta un poco de rigor en cómo las películas están terminadas. Lo veo yo a diario en mi trabajo: para que una buena idea llegue al final, toda esa parte del medio cuesta mucho trabajo. Es muy fácil imaginarse cosas, decir ‘voy a hacer esto’, y a medio camino ves cómo se van cayendo una por una tus ideas. Necesitas mucha fuerza para llevar a buen puerto tus ideas y eso creo que es el rigor.

-”Zona Sur” se va a estrenar en el Festival de Cine de Santa Cruz y en otras ciudades de manera simultánea. ¿Cuáles son los siguientes planes?

La película se estrena comercialmente acá el 19 de agosto. La idea es hacer otra película el próximo año. Ahora que hemos encontrado un mecanismo de hacer cine más fácil, menos costoso y esperemos, por lo menos, también rentable, esperamos salir y hacer otra película.

-¿En esta misma línea?

Sí, creo que tengo que consolidar lo que estoy haciendo con un par de trabajos más, para que no quede en el experimento.
Fuente: Opinión

El “discreto encanto” picante de “Zona Sur” (Ricardo Bajo H.)

1.- “Zona Sur” es la película más personal y riesgosa (por ende) de Juan Carlos Valdivia, el director de “Jonás y la ballena rosada” (1995) y “American Visa” (2006, ambas con guiones ajenos, de los afamados novelistas Wolfango Montes y Juan Recacoechea, respectivamente). Con el cuarto largometraje (el tercero fue “El último evangelio”, muy poco conocido en Bolivia), Valdivia ha decidido apostar el todo o nada a una película típica de cine de autor, altamente política, con dosis de poesía y compromiso con el mundo que nos rodea, pulcramente cuidada en las formas, inaudita desde la mirada, con puesta en escena quasi teatral (con personajes saliendo y entrando en escena, con guiños a Lorca y Chéjov), para cinéfilos y para amantes del buen cine, más allá de los estruendos hollywoodenses y de las parafernalias esteticistas que otrora caracterizaron el primer cine del propio Valdivia. Sin lugar a dudas, un antes y un después dentro de su propia filmografía. Desde la zona Sur, como nunca antes, un retrato de nuestro tiempo, picante como un buen ají de fideo, un fresco de Velásquez, de época ¿caduca?

2.- “Zona Sur” se puede disfrutar (y se disfruta) desde varios niveles, desde el corazón y desde el intelecto. Desde el cinéfilo más erudito hasta la persona sensible con el momento político y con nuestra propia sociedad. Desde el espectador que se deleita con la cámara, un personaje más, circular (a ratos mareante, a ratos, “ausente”), con los objetos redondos que adornan la casa (otro gran personaje vivo como el que más), con la cuidada puesta en escena (desde el trabajo excelso de Joaquín Sánchez, en la dirección de arte y diseño, hasta la música sutil de Cergio Prudencio). Desde el blanco impoluto (contraste con la “suciedad” del alma de los protagonistas) a los guiños “inocentes” de Andrés, el personaje del niño (interpretado dulcemente por Nicolás Fernández) que invita a soñar, a inventarse amigos invisibles como “Spielberg” para poder charlar desde su soledad tierna, que convoca a la imaginación, a subirnos a los tejados, a volar, ¿a irse?

3.- “Zona Sur” retrata la caída en desgracia y el desmoronamiento de una familia “jailona” de clase alta de La Paz. Con sus hipocresías consuetudinarias, con sus racismos, sexismos y clasismos a borbotones, con sus miedos e ignorancias, con sus desprecios, con sus burbujas ficticias, con sus mundos de maravilla, con sus esquizofrenias. Con su discreto encanto, otrora tan magistralmente narrado por el genio Buñuel. Personajes encerrados en sí mismos, absortos, paralizados y escondidos detrás de la ventana. Enmudecidos ante el empoderamiento de una clase emergente, orgullosamente chola, que los desplaza, que compra con platita en mano sus refugios de fantasía. Con su cuidado “tempo”, con sus vacíos y ritmos, con sus planos secuencia delicados. Con los cielos nublados y la lluvia, atípicamente paceños, remarcando con énfasis ese toque melancólico, tan bien fotografiado por Paúl de Lumen.

4.- “Zona Sur” es una película con el nuevo sello de Valdivia, pero sobretodo es un filme de personajes (de mujeres), de sentimientos. Todos girando alrededor de la madre, Carola (a la que da vida una creíble Ninón del Castillo), que asiste impotente a un mundo que desaparece, que se resigna al abismo generacional que los separa de sus hijos hedonistas, que contempla despavorida e histérica los cambios que se avecinan (universo “invisible” en el filme que apenas asoma en las escenas del lago). Personaje que mantiene un duelo actoral espléndido (escasos en el cine boliviano), con Wilson (en un papel genialmente interpretado por Pascual Loayza), el empleado aymará, cocinero y “alma pater” de la casa, verdadera y sensible figura paterna.
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Fuente: Opinión

Bolivian Beauty o el relato del encierro (Fadrique Iglesias Mendizábal)

Como casi nunca se ve en el cine nacional, una auténtica marea promocional ha sido desatada por la productora del nuevo film nacional “Zona Sur”, Cine Nómada. Las ciudades empapeladas de afiches de una estética pop que realiza una campaña subliminal (en la que el título del filme pasa a segundo plano e invita a que el público lo averigüe) el merchandising y un preestreno muy original con ají de fideo, marraquetas, queso collana y torta de limón incluidos, además de una amenaza de bomba en la cinemateca, pusieron tonos anecdóticos a la presentación previa del nuevo material de Juan Carlos Valdivia, que regresa después de cuatro años del estreno de American Visa.

A veces estas promociones, si no están acompañadas de calidad, suelen decepcionar a los espectadores. Este no es el caso. El resultado de Zona Sur es muy positivo.

Cinematográficamente hablando, resultan muy novedosas las tomas móviles de plano continuo que acompañan al espectador durante todo el film, otorgando un hiperrealismo a las secuencias. Algo que, para los más conservadores en cuanto a lenguajes pudiera ser visto como abrumador, complementa, por otra parte, la forma no lineal del relato. Se trata de una cámara que está en constante movimiento circular, digamos que dando vueltas sobre un eje (complejo en cuanto a la producción), inmiscuyéndose, cual voyeur, en las habitaciones y espacios íntimos de los personajes retratados. Ésa parece ser la intención de Valdivia: observar el diario vivir de una familia de clase alta paceña hasta dentro del baño.

Entre las interpretaciones se ven propuestas interesantes como la del niño, la madre (muy buenos Nicolás Fernández y Ninón del Castillo) y con algo de intermitencia los jóvenes que aunque representan bien sus caricaturas, corren el riesgo de bordear lugares comunes y clichés del mundo de la vida “jailona” paceña más allá de Obrajes.

No obstante, el film es una crítica y puesta en evidencia de lacras colonialistas y racistas de las que los bolivianos no hemos logrado desprendernos. El papel del mayordomo (Pascual Loayza), bien interpretado, da más peso a la familia que lo ha contratado que a la suya propia. Una casta que parece darle todo, pero que sin embargo no lo admite en igualdad de ser humano.

También, aportan mucho las metáforas de encierro (las ventanas, las rejas de la casa) en las que la familia se encuentra envuelta.

Una familia matriarcal pero profundamente machista, el mundo onírico de un niño que trata de encontrar un espacio en esa zona artificial en el que aparentemente los hermanos mayores todavía no se encuentran a gusto: el uno, tratando de emigrar a España para ser un filósofo del derecho y la otra, tratando de rehuir esa cultura impuesta siendo disidente del seno materno para abrirse un espacio contestatario como activista junto a su pareja lesbiana.

Por último, la escenificación del cambio social en nuestro país, el paso de las nuevas élites y los ocasos de las que están en decadencia económica y de principios, hace una radiografía de los procesos que nos tocan.

Lo más destacable, que suele ser la gran crítica del cine boliviano, pasa por el sonido y la imagen, facetas en las que Juan Carlos pasa con nota alta: imagen espectacular dotada por su cámara Red Digital, música impecable (obra del incombustible Cergio Prudencio), así como también la fotografía del asiático-americano Paul de Lumen, único artista invitado foráneo, y, por supuesto, el diseño de artes de Sánchez.

El reflejo del espectador en los personajes y en la historia es un logro sobresaliente, que hace posible la entronización del público en la obra. Cada uno logrará penetrar en esa “Zona sur” que todos tenemos en casa.

“Sueño con interpretar a una estrella de rock”

Ninón del Castillo

No hay edad ni límites para hacer realidad los sueños, éste es el caso de Ninón del Castillo, quien desde adolescente se imaginó actuando frente a las cámaras. Inesperadamente, la oportunidad le llegó más tarde junto a Cine Nómada. Su talento innato y su entusiasmo le permitieron clasificar en un casting. Pronto se vio debutando frente a las cámaras, pero, además, interpretando el papel protagónico de “Carola” en Zona Sur, la nueva película del director boliviano Juan Carlos Valdivia.
Amante de sus hijos, de la literatura, de la música y, por supuesto, del buen cine. Punto de Encuentro le invita a conocer a esta multifacética mujer.
—¿Había imaginado alguna vez participar en una película nacional?
—Sí, me lo había imaginado antes, pero nunca pensé en interpretar un papel protagónico. Cuando tenía 17 años me invitaron a actuar en un “corto” de ocho minutos, pero mis padres no me dejaron y se me quedó la “espinita” tan adentro, que cuando me ofrecieron hacer el casting para Zona Sur, me acordé de mi primera oferta y me fascinó la idea.
—¿Cómo llegó a ser parte del elenco? ¿Hizo teatro alguna vez?
—Viviana Azcarrunz, una sobrina mía muy querida que trabaja en Cine Nómada, me invitó para hacer el casting, pero jamás pensé que sería para un papel protagónico. Hice varias improvisaciones con otros aspirantes, y mientras más las hacía, más deseos sentía de obtener el papel. No tenía ninguna experiencia en actuación; antes del rodaje, la única formación que tuve fue un taller de actuación que duró una semana. Pero el papel era perfecto para mí, porque era como contar mi propia historia en la Zona Sur de La Paz.
—¿Alguna anécdota que recuerde de la filmación?
—Recuerdo que nos dio un ataque de risa colectiva en la escena del almuerzo, porque todos nos equivocamos al decir nuestras líneas. Patricio, en vez de decir “el lomo está lleno de nervios”, dijo “mi nervio está lleno de lomo”. Wilson dijo “no puede ser joven, he comprado puro nervio sin lomo”, y yo, para rematarla, dije “qué te parece, Carolina, este hotel parece casa de cinco estrellas” en vez de decir “esta casa parece hotel de cinco estrellas”.
—¿Qué es lo que le deja la experiencia de haber participado en Zona Sur?
—Un sentimiento de realización personal muy grande. El haber colmado las expectativas de un extraordinario director, como es Juan Carlos Valdivia, sin tener experiencia alguna como actriz; es un gran logro para mí.
—Cuéntenos sobre su vida personal, ¿es soltera, casada, divorciada?
—Soy divorciada desde hace nueve años, pero tuve la suerte de vivir con mis hijos hasta cuando éstos fueron grandes.
—¿Cuántos hijos tiene?
—Soy madre de cinco increíbles seres. De mayor a menor: Pepe, de 28 años; Estefanía, de 26, y Ninón, de 25. Todos profesionales. Nicolás, de 18 años, está en último año de colegio y Matilde, de 17 años, en la prepromoción.
—¿Cómo se describe a sí misma?
—Soy una persona muy positiva, trabajadora y cariñosa; mi prioridad son mis padres, mis hijos y el resto de mi familia. Salgo adelante de la mejor manera posible ante cualquier obstáculo que se presente. Soy la misma persona siempre, muy abierta, espontánea, amigable y alegre.
—Si pudiera cambiar algo de usted, ¿qué sería?
—Si pudiera cambiar algo, sería mi preparación profesional. En retrospectiva, hubiera terminado una carrera antes de haberme casado.
—¿Qué pasiones tiene, cuales son sus sueños?
—Una de mis pasiones más grandes es la música. Con ella me transporto a lugares y vivencias de mi pasado, me motiva a hacer las cosas con ganas. Sueño con interpretar a una estrella de rock en una próxima película; sueño con ver a todos mis hijos realizados, exitosos y, más que nada, felices.
—¿Qué cualidades valora más y qué es lo que más le disgusta del sexo opuesto?
—Me disgustan el egoísmo, los celos extremos, la mentira, la hipocresía y la falta de compañerismo. Las cualidades que busco en alguien son: que tenga una mente abierta, que sea educado, culto, sensible, alegre, trabajador; que me brinde seguridad, que tenga gusto por la música y el arte; que sepa amar.
—Háblenos sobre su música, sus películas y libros favoritos...
—Mi tipo de música favorita es el rock, tanto en inglés como en español. Algunos de mis grupos favoritos son: The Rolling Stones, U2, Soda Stereo, The White Stripes, Coldplay y The Killers. También me gusta la música electrónica. Siempre trato de estar al día con la música nueva.
Me gustan las películas románticas, biográficas y el cine independiente. En cuestión de literatura, tengo tres libros en mi mesa de noche: la autobiografía de Gabriel García Márquez, Vivir para contarla; Historia de un mal año, un libro que he disfrutado muchísimo, de un escritor sudafricano, Coetzee, y otro del mismo autor, El hombre lento, una historia dramática digna de leerse.
—¿Cuál es su mayor temor?
—Mi mayor temor es la soledad en la vejez.
PERFIL
Nombre: Ninón del Castillo Matkovic
Nacida en: La Paz, 14 de agosto de 1959
Profesión: Actriz, socia y administradora del snack de comida rápida Los Munchies de la zona de Miraflores, en La Paz.
Fuente: http://www.laprensa.com.bo/puntodeencuentro/01-09-09/edicion.php

¿Que es la zona sur? (Yesid Mariaca)

Si bien ignoro las razones por las que un cineasta boliviano hace apología de un territorio en el que "se nace”. Adivinen cual?... la zona sur!, si los de allí... esos que se fundían en un sólo receptáculo astral y brotaban (literalmente, sí) al universo social paceño como plagados de luces, astros sonrientes, padres omnicomprensivos y siempre felices, llenos de “sándwiches de chola” y ropas limpísimas, con cabellos flotantes...
son dueños de una curiosa semblanza del mundo basada en... adivinen? sus padres!...sí si, aquellos que sacrificada y discretamente -y además en grupo- juraron lealtad a generales hoscos, que los necesitaban para comenzar a escalar la cuesta del reino animal, crear sus propias luces en el universo animal de tribu recién conquistada y echar monedas que los jadeantes padres tomaban en nombre de... adivinen, sus hijos!!, los de la zona sur, a quienes enseñaron con los hechos las rusticidades de la domesticación y otras artes menores que oprimen la conciencia, pero engrosan los bolsillos, y después se quejan de que el sistema cayó y que la “comadrita Remedios” hoy llega con una maleta y su aguayo por supuesto y compra sus bienes en efectivo y sin chistar, comprándose el mismo lugar del que antes la miraban los chicos... “los chicos bien", porsupuestísimo.
Retorno. Ignoro, cómo alguien que mira más allá porque ha entrenado su corazón y sus ojos, puede disculpar esa terrible debilidad: de creer que existe un territorio en el que una tribu de falaces blancoides autopredestinados a roles de gerencia social, cree dominar, y quejarse de la pérdida temporal de la gerencia.
Quejarse débilmente, casi como una enseñanza de la que quieren ver cómo la última hija de la crisis del sub-prime americano, porque así, sus vecinos y vecinas, se creen que el papá abyecto tenía depósitos en el extranjero, ya absueltos del montaraz jinete de mujeres casadas y por casarse. Y en realidad, no. Los gastó, gastó toditos los ahorros en proveerles a los hijitos, como dice el director, una educación que los pusiera a salvo de jinetes, de milicos y asociados, que los exprimirían como a él, sin misericordia, mientras entonaban las sagradas notas del himno tutelar: tanto tienes, tanto mostrarás. Tanto perdiste, tanto aparentarás. No es ése el concepto del consejo de Carola?
Cuando el origen está chueco, lo único que puede verse es algo chueco en general.
El “banzerato” y sus varios asociados desde los 70´ conformaron a su medida y gusto la Zona Sur, Equipetrol , La recoleta y otros varios? Y que el único precio que pidieron es discreción, porque los embarazos son varios y suertudos.
Saltando de nuestros bolsillos, de nuestros amores, brotando a borbotones de las lenguas de los desconocidos, escondiéndose de las tapas de los diarios hay una historia en “Zona Sur” y es que el mundo, todos los días nos regala ideas y están ahí, solitas ellas, esperando que alguien las rescate de su vacía condición y las llene de maravillas. Las cante, las vuelva 24 cuadros por segundo, las encienda, las coma, las inunde de pinceladas, las cuente. Mientras pienso qué palabras son las que siguen, releo. Y descubro que typié una obviedad. La más grande del mundo. Es que desde que existe, este planeta Tierra es poción mágica de tinta o página en blanco que ilumina.
Lo que rescataremos de “Zona Sur”, la película, es que no cerremos lo ojos y hagamos de nuestra existencia, y para nosotros, nuestra mejor o peor película, suena cursi pero no me importa, por que si quiero, en éste guión, de repente tengo súper poderes, y si quiero, detrás de mis párpados, viajo en el camión de don Vito y el Brillo, entro a la chichería de Claudina canto, como y tomo, crean o no Los Andes en Dios , más tarde ayudo a vestirse de moreno a Don Gregorio para que baile en su última morenada en Oruro. Y lo demás no me animo a contarlo. Y es que siempre que veo una película, pienso que dentro de ella hay una canción.
Esta no es una discusión abstracta. Frivolidad es el nombre amistoso de la decadencia. No se si JC Valdivia quiso evidenciarla.
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El autor es Comunicador Social
Fuente: Los Tiempos

Retrato íntimo de una familia paceña (Martín Zelaya Sánchez)

Filmada en seis meses, con un presupuesto cuatro veces menor a “American Visa” y con el 95 por ciento de imágenes dentro de una casa, la producción significa una renovación en la carrera del realizador
Para Juan Carlos Valdivia, en Bolivia y todos los países pequeños y pobres “no tiene sentido hacer cine comercial, porque Hollywood ya tiene copado el mercado”. Es por eso que el cineasta paceño apostó con todo a una película “íntima, muy personal y cien por ciento independiente”: Zona Sur.
En una hermosa casona de Obrajes donde Carola, Wilson, Andrés, Patricio, Bernarda y Marcelina recrean la cotidianidad de una familia de clase alta venida a menos —en la ficción— está el estudio de Cinenómada, la productora de Valdivia donde —en la realidad— con varias tazas de café de por medio el realizador de Jonás y la ballena rosada habló el viernes sobre su tercer filme, 24 horas después de su avant premiere en la Cinemateca Boliviana.
“Era necesario —comenta— hablar de algo que conozco de cerca, ya que me inspiré en personajes conocidos y familiares… este filme tiene muchos elementos confesionales”.
En una lujosa mansión al sur de la ciudad de La Paz, Carola —madre soltera de Patricio (el típico “jailón” e hijito de papá), Bernarda (cerebral y rebelde) y Andrés (niño inquieto y curioso)— se pasa los días intentando mantener el caro nivel de vida de su familia, en tiempos de crisis económica, y siempre de la mano de su fiel mayordomo Wilson. Esta historia filmada en seis meses, en formato digital y con un presupuesto de “algo más de 300.000 dólares” (la quinta parte de American Visa, la anterior cinta de Valdivia) se estrenará el 20 de agosto en los cines 16 de Julio y Cinemateca Boliviana de La Paz; Center de Cochabamba y Santa Cruz, e Imperial de Potosí.
“No es una cinta light como American Visa —asegura— que se puede ver en todo el mundo, y de hecho actualmente se pasa por varios canales de cable”. Y dice no renegar de sus anteriores trabajos, pese a sentir “que ésta es mi primera película de verdad”.
Para lograr Zona Sur, el director tuvo que atravesar por una compleja etapa de “desencantamiento del cine, después de la que creo arrancar una nueva etapa y quiero seguir explorando, pero desde el cine arte, ése más accesible, valioso y para el que sí podemos hallar mercado en Europa y América Latina, donde hay círculos que buscan una opción a Hollywood”.
El nuevo producto de una hora y 50 minutos de duración se filmó en un 95 por ciento en una sola locación —la casa de la zona Sur— y con una cámara de alta tecnología. “Una Red Digital Cinema, que la tenemos desde hace un par de años y que fue la primera de su tipo en Latinoamérica”.
El reparto —tres actores profesionales y el resto debutantes— corrió a cargo de Soledad Ardaya, responsable del casting y la capacitación. “Ésa fue la etapa más larga y difícil. Duró unos diez meses porque fui muy exigente y detallista, al igual que en el sonido y todos los detalles”.
La banda sonora —precisamente— estuvo a cargo de Cergio Prudencio, “un músico de extraordinario talento que concibió, creó y escribió todo, siempre con la película en mente”.
“Estoy empezando a ver cine otra vez —comenta Valdivia— pero con otra óptica, soy más selecto y cuidadoso”. Así, con mucho cuidado y exigencia extrema está trabajada Zona Sur, “una película densa visual e informativamente y hecha totalmente en Bolivia y pensada ante todo para que sea vista por bolivianos”.
Ficha técnica
Título: Zona Sur
País: Bolivia
Dirección
y guión Juan Carlos ValdiviaIntér
Reparto: Ninón del Castillo, Pascual Loayza, Nicolás Fernández, Juan Pablo Koria, Mariana Vargas, Viviana Condori, Luisa de Urioste y Glenda Rodríguez.
Productora: Gabriela Maire
Arte: Joaquín Sánchez
Fotografía: Paul de Lumen
Música: Cergio Prudencio
Fuente: La Prensa
Zona Sur (Pedro Susz)

El Sur por cuya existencia reclamaba Joan Manuel Serrat y hacia el cual rumbeaban en tren Los Prisioneros no es por supuesto el mismo Sur sobre el cual vuelca su mirada Juan Carlos Valdivia en esta catarsis introspectiva, que no es tanto una arriesgada incursión en los desvelos de la “gente bien” como una osada puesta en imagen, so pretexto de sacar a luz los trapitos sucios, de los moradores de aquella periferia chic desde donde miran hoy pasar el tren de la historia sin acabar de comprender “cuándo se jodió todo”.

Lo de periferia chic tiene relación con la migración del poder desde los reductos donde antes el país se gestionaba entre bocadillo y bocadillo, en los cocktails que luego los cronistas sociales convertían en las páginas donde se debía estar para existir, hacia otros núcleos que de todos modos acumulaban hace ya rato el grueso de la renta nacional a despecho –como la película señala sin miramientos– de la gesticulación vacía de aquellos que ya sólo intentan conjurar el naufragio asidos al ritual exhausto de tiempos mejores.

El Sur decía, el nuestro, es a contramano de lo que ocurre en el globo y gracias a la impar geografía paceña, el sitio del privilegio. Era, para ser más preciso. De la paradoja geosociológica se nutrió Chuquiago (Antonio Eguino/1977), aquella radiografía hecha a hurtadillas en las postrimerías de la dictadura, dejando aflorar de manera sólo a medias deliberada, ahora lo sabemos, las primeras ondas expansivas de un terremoto que venía desde lo hondo de las cuentas pendientes. Fue la peculiar sensibilidad de “Cacho” Soria la que registró el dato.

Ahora, cuando ya no se trata de una vibración en el sismógrafo sino de un terremoto en curso, es la de Juan Carlos Valdivia la que, con conocimiento de causa de primera mano, instala un microcosmos familiar sobre el cual proyecta su sombra el país en trance de parto. Allí, en ese caserón de la parte “de abajo” de la ciudad, agotando los días en una sucesión de gestos vacíos de sentido y mirando la realidad desde detrás de los vidrios, la familia entera, con la ausencia significativa del padre, siente que el mundo se le escurre de las manos, con la sola excepción del pequeño Andrés, limpio aún de los tics del entorno.

El relato quiere dar cuenta del desacomodo, la perplejidad, la irritación de un grupo social obligado por las circunstancias a hacerse cargo de una cuestión que nunca calculó pudiera acaecer: los indios han resuelto abandonar el sótano para instalarse en el living, y allí están dispuestos a permanecer. De cara a ese factum sobre cuyo devenir ya no tiene manera de influir para regresarlo al cauce antiguo, al grupo sólo le resta buscar un modus vivendi con los otros, enfrentando el handicap de tener que asomarse in extremis a un mundo que había preferido mirar de soslayo y al que definitivamente no comprende.

Esto último la película, concebida como un espejo –al que iconográficamente aluden los muchos espejos diseminados por la casa– lo pone en claro dejando que los diálogos en aymara entre el mozo y la trabajadora del hogar queden sin traducción, obligando a buena parte de los espectadores a cobrar ellos también conciencia del extrañamiento que invade aquel universo que parecía destinado a discurrir incambiado por siempre.

Semejante imposibilidad de penetrar lo desconocido está definitivamente señalado en la única secuencia de exteriores, la del entierro del hijo de Wilson, reducido a una ceremonia en círculo, que la cámara circunda sin atreverse a traspasar, mostrando al grupo de deudos contra un cielo cargado de nubes ominosas, anuncio de tormentas por llegar.

Tal capacidad de síntesis visual para encontrar en la iconografía la carga connotativa básica del relato, hace de Zona Sur un emprendimiento netamente cinematográfico que explora los recursos de puesta en imagen con un atrevimiento en virtud del cual la película marca otro punto de inflexión en la última producción nacional. (Adicionalmente, porque muchas de las hechuras recientes exhibían una desprolijidad que, en varios casos terminaba afectando seriamente la contextura del producto final).

En cambio la película de Valdivia muestra un extremo cuidado por cada detalle del tratamiento narrativo. Es el caso de la elección de los colores del vestuario, con notoria predominancia de los tonos blancos. Viene a ser al mismo tiempo un tributo a Pier Paolo Pasolini y su Teorema (1968), metáfora también acerca de crepúsculos civilizatorios inminentes, tomando al núcleo familiar –célula básica de la estructura social– como significante del desmoronamiento de las certidumbres, una vez que la presencia de un extraño llegado desde fuera corroe los hábitos y pone en entredicho los valores “eternos”, pero también de un signo cromático que remite al sudario, atuendo final de los muertos.

La prolijidad de Valdivia destaca igualmente en el aprovechamiento de los ambientes, de los objetos, de los gestos, en la cuidadosa elección en definitiva de cada uno de los elementos puestos delante de la cámara para aportar a la densificación de lo dicho.

Sin embargo, el gran reto autoimpuesto por el director está en el manejo de la cámara precisamente, construyendo un relato hecho de círculos concéntricos –o viciosos– a través del plano secuencia que encierra el desplazamiento de los personajes en una suerte de atmósfera claustrofóbica, a tono con la incapacidad de seres cogidos en pleno despiste existencial para escapar al agobio de las circunstancias. El recurso funciona bien, aun cuando a momentos se torna reiterativo, aunque ello mismo contribuye a intensificar la sensación de hastío que construye la atmósfera prevaleciente, acorde asimismo al sentido impreso a la trama.

Es a tal grado calculado el manejo de las factibilidades de puesta en imagen, y tan notorio el desequilibrio con el manejo de los diálogos, no siempre a la altura de éste, que en muchos momentos tuve la impresión de que la película pudo haber prescindido de estos últimos sin ver notoriamente disminuido el sentido buscado. En efecto, las réplicas rozan en varias instancias la puerilidad, comprometiendo a ratos la contundencia de este mea culpa tal vez algo tardío.

Era un riesgo previsible: de tanto cuidar las formas se descuidó el talante emotivo de una película fría en definitiva, desvestida de cualquier vibración sentimental. Las secuencias finales, las menos felices y justificadas del relato, no consiguen quebrar tal distancia excesiva entre el director y su materia. Ello a pesar de la soltura de Valdivia para desembarazarse de la falsa moralina que hace de muchos personajes del cine boliviano individuos asexuados, ajenos a esa pulsión humana elemental: el deseo. En la oportunidad el erotismo tiene una bienvenida presencia, ajena a cualquier afán exhibicionista, pero con una firmeza que rompe cánones establecidos y deja planteados nuevos retos para futuras producciones.

El elenco entrega una faena pareja en general, si bien destacan de manera nítida Pascual Loayza en el rol de Wilson, Viviana Condori en el de Marcelina y el pequeño Nicolás Fernández en el de Andrés, cuya autenticidad contrasta con el envaramiento del que no siempre consigue desprenderse el resto.

El balance general es altamente positivo. Con su tercer largo Valdivia redondea una obra de autor de marca inconfundible, contribuyendo a la diversidad de propuestas que plantean una nueva etapa en el cine nuestro, cada una de las cuales podrá interpelar con mayor o menor contundencia a determinados estratos del público. El de Valdivia definitivamente es ese mismo al que desnuda en este su fresco sobre la Bolivia que ya fue.
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El autor es crítico de cine.
Fuente: Pulso.

Zona Sur: el discreto encanto de la burguesía k'ara (Mauricio Souza)



Uno: Zona Sur es la mejor película de Juan Carlos Valdivia a la fecha. Logro no desdeñable en un cine, el boliviano, en el que muchas primeras y segundas obras son lo mejor de sus directores. ¿Pero qué quiere decir "la mejor película de Valdivia"?

Dos: Quiere decir lo siguiente: el talón de Aquiles de sus dos cintas anteriores (Jonás y la ballena rosada de 1995 y American Visa de 2005) se convierte en Zona Sur en secundario. Talón que se podría definir así: débil construcción de un arco narrativo, en tramas obvias, torpes, construidas a partir de saltos, arbitrariedades o escasa sutileza. Porque el mayor talento de Valdivia, como se sabe, reside, como en Aquiles, en otra parte: su amorosa atención a los detalles de la toma. Zona Sur, por su universo y propuesta, prescinde del peso de lo narrativo: no aspira, en otras palabras, a las farsas tragicómicas de Jonás ni al semi-policial de American Visa; se ocupa, más bien, de armar una serie acumulativa de apuntes, escenas casi sueltas que configuran el retrato de una familia y una clase.

Tres: Es más: lo que podrían pensarse los únicos dos hechos narrativos de la película (la venta de la casa y el descubrimiento del sirviente que usa las cremas de ]a señora) son lo flaco en ella: vuelven a la manía (de sus anteriores películas) de presentar soluciones narrativas que ingresan por la ventana, sin mayor preparación o advertencia (es el caso de la venta de la casa) o que acuden a lugares comunes de la paranoia señorial (el viejo truco del mayordomo que "se usa" las cosas de la señora en su ausencia, como esa legión de empleadas que, en la mitología de clase, "se roban, se llevan, se usan, se avivan", etc.). En suma: porque es un retrato de familia trazado a partir de breves situaciones, casi detenidas en el tiempo, Zona Sur funciona. Entre su talento descriptivo y sus debilidades narrativas. Valdivia se las juega esta vez, con inteligencia, por aquello que en su cine sí va a alguna parte: lo descriptivo.

Cuatro: Y si en lo descriptivo encuentra sus mejores momentos, no es casual que Zona Sur apele a una machacona metáfora espacial. Ya desde su título, apunta a construir un espacio: cerrado, cargado de alusiones, claustrofóbico. El uso de mareantes planos secuencia, que giran sin parar alrededor de sus personajes y objetos, responde, suponemos, a ello. Aquí, la referencia obvia es La Nación Clandestina de Jorge Sanjinés: se trata, acaso, de explorar el equivalente de clase de un procedimiento visual que, en la cinta de Sanjinés, es indistinguible de su contenido, referido, claro, a "otra Bolivia" (esa "nación clandestina"). Pero la comparación va hasta por ahí nomás; lo que en la película de Sanjinés es un procedimiento temporal (el plano secuencia articula la memoria, es decir, el presente y los distintos pasados cortos y largos que le dan sentido y profundidad), en la de Valdivia se torna en un asunto de delimitación de espacios, de una clausura cuasi intemporal escasamente articulada a la historia.

Cinco: La casa, por eso, es el personaje principal de la película: depósito de pertenencias y fetiches, de una memoria convertida en colección de chucherías, un conventillo de la alta burguesía que es detalladamente registrado por esa cámara que da vueltas y vueltas sin poder escaparse. Esto era suficiente, pero a Valdivia también se le va la mano: acaso se imagina que entre las vueltas de la cámara y ese otro laberinto que es la casa no tenía suficiente y opta por cargar las tintas alegóricas. De ahí su insistencia con los diversos frascos de vidrio que pueblan la cinta (envases, vasos, peceras, duchas); o los diversos insectos, peces y adolescentes atrapados detrás de esos cristales. Habría que decir(le): Sí, entendemos, estaba ya claro, nos damos cuenta de que "los personajes están como atrapados en su burbuja de segregación sureña". Y, cherry de estos excesos alegóricos, que interrumpen el retrato, nada menos que lo menos logrado de la película: los personajes congelados, apoyando sus manos en los vidrios de la casa, con cara de "nótese la sinrazón existencial de esta clase atrapada".

Seis: Los excesos alegóricos de Zona Sur buscan dejar en claro lo que la película quiere decir. Y lo que dice, sin dejar de ser interesante (y debatible), es conocido: además de postular la asfixiante burbuja que separa a los k'aras con plata, se nos dice que el matriarcado es dominante en Bolivia (no hay un solo k'ara varón en toda la película; el único aymara adulto es el mayordomo); que una nueva clase (la burguesía aymara) está desplazando a la vieja élite, desplazamiento pensado en términos espaciales ("ellos ocupan ahora nuestros barrios, porque están llenos de plata"); que entre "jailones" y "originaríos" se establecen formas de racismo inmersas en la familiaridad, el paternalismo y hasta el cariño; que los vástagos de la vieja clase dominante se caracterizan por su desidia, estupidez y mediocridad o por una teatral distancia (irónica) con respecto a su clase, distancia desmentida sin embargo por su abrumadora complicidad con ella.

Siete: Son diversos los proyectos narrativos que, en Bolivia o fuera, hacen de las burguesías locales su objeto, casi entomológico, de estudio. Aquí, por ejemplo, ya tuvimos el retrato brutal de Rodrigo Bellot en Dependencia sexual (violento, perspicaz, casi perfecto) o esa literatura (pienso en Rodrigo Hasbún, por ejemplo) en la que una clase se imagina a sí misma atrapada en provincia y que, coincidiendo con Valdivia, imagina a los otros como empleadas o empleados domésticos. Desde afuera, sin duda el espectro de la cineasta Lucrecia Martel ronda nuestro cine (y en Zona Sur hay algo de la claustrofobia e incluso del personaje-niño de La ciénega). Pero lo de Valdivia es lo de Valdivia: su acercamiento a esa clase es suave, nostálgico incluso. Es más: es efectivo (la reunión de los amigos del hijo en una pre-farra hogareña; los encuentros amorosos de ese hijo con la novia, que no es sino la madre en otra versión generacional) cuando se olvida un poco de lo que quiere decir (y abandona alegorías o diálogos explicativos).

Ocho: Se podría seguir con algo más del muy liberal "por un lado y por el otro". Pero, como dicen en Santa Cruz, terminemos hablando en pepa: que la película está bien hecha y, en el panorama de nuestro cine, es importante. Que sorprenden en ella los niveles de actuación alcanzados por un elenco de no profesionales que actúan como si lo fueran. Que el cuidado abunda en la película aunque es ese mismo cuidado el que determina sus excesos alegóricos (con sus frascos, vidrios y ambiente o vestuario blancos). Que sus debilidades narrativas son atenuadas por su tino descriptivo. Y que esas debilidades son tales porque se acercan, no se sabe con qué intenciones, a la reproducción de dos mitos señoriales: el de "la chola llena de plata que anda en vagoneta 4x4 y me va a comprar mi casa" y el de la chola que, en mi ausencia, se "usa mi champú". (Y aquí no vale el argumento de "yo conozco a una chola que...": que un celoso enfermizo descubra que su mujer realmente le mete cuernos no lo hace menos enfermo).

Y medio: Nostálgico, generoso, Valdivia parece sugerir un fin de clase. En medio de las paranoias desencadenadas por Evo Morales, creo que ese fin, más que real, es el producto de cierta desazón ficcional-ideológica. Pero si es un fin de clase, bienvenido. Ojalá.
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El autor es periodista y catedrático universitario.
Fuente: Nueva Crónica.

La calle como primera cuna (Revista Sabatino)

Al menos un recién nacido es abandonado a la intemperie cada día entre El Alto y La Paz


La mayoría de los pequeños registrados por instituciones fueron dejados a su suerte por la misma madre, en lugares como basureros, mercados o puertas de casas.

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YPFB, devorador de recursos públicos

Hay motivos para temer que la debacle del sector hidrocarburífero sea transmitida al Banco Central, la nueva caja chica del Gobierno central

La decisión del Gobierno de formalizar mediante un contrato el anuncio que ya fue hecho meses atrás, para que YPFB reciba del Banco Central de Bolivia un crédito de 1.000 millones de dólares, monto que saldrá de las Reservas Internacionales Netas (RIN), ha inaugurado una nueva etapa en la economía nacional.

Desde el punto de vista del Gobierno, marca un nuevo hito en el camino que conduce a la independencia económica, la descolonización, la industrialización y el despegue hacia el desarrollo de nuestro país. Para quienes cuestionan esa medida, que son los más renombrados expertos en temas hidrocarburíferos y económicos, en cambio, la disposición sólo puede ocasionar que todos los males de los que hasta hoy fue víctima YPFB sean contagiados al Banco Central. Es que, según sus análisis, nada garantiza que esos recursos sean mejor administrados que los que fueron groseramente despilfarrados desde la “nacionalización” de los hidrocarburos.

Desgraciadamente, dados los antecedentes del tema, abundan los motivos para creer que esta segunda interpretación —la de quienes critican la medida— es la que más se aproxima a la realidad. Más de tres años han sido suficientes para dudar de la eficiencia con que tan cuantiosos recursos serán administrados por una empresa que sólo ha dado malas noticias desde que se hizo cargo de la principal riqueza de nuestro país.

Pero las razones para cuestionar la decisión de transferir a YPFB tanto dinero no son sólo económicas. También quienes todavía se preocupan por el aspecto legal han expuesto las razones que permiten afirmar que el contrato suscrito vulnera normas básicas de la legislación vigente.

Se ha denunciado, por ejemplo, que el contrato en cuestión vulnera de manera flagrante la ley 1670 del BCB, según la cual la institución emisora no puede otorgar créditos al sector público y contraer pasivos contingentes a favor del mismo. Los artículos 22 y 23, de esta ley señalan que las operaciones previstas solamente se dan mediante títulos, valores negociables de deuda pública emitido por el Tesoro de la Nación, en caso de atender casos especiales. Para esos casos especiales, se establece un plazo máximo de un año y se define la emisión de valores como garantías a favor del BCB.

Como si eso fuera poco, la autorización para el crédito se aprobó de manera irregular en una ley específica que es la del Presupuesto que tiene una duración de un año y cuyo contenido, por sentencias constitucionales previas, no puede exceder los límites de la temática presupuestaria de una sola gestión.

Pero como ya es habitual, ni las razones económicas, ni las legales, ni las que dicta el sentido común son suficientes para disuadir al Gobierno de un propósito del que nada bueno se puede esperar. Por el contrario, lo que se puede temer es que la debacle del sector hidrocarburífero sea transmitida al Banco Central, institución que, por lo que se ve, comenzará a ser tratada como la caja chica del Gobierno central.

viernes, 11 de septiembre de 2009

11 de septiembre, un año después

Lo ocurrido hace un año fue la reducción a su mínima expresión de un enfrentamiento que estuvo a punto de tener dimensión nacional


Hace un año, un día como hoy, el 11 de septiembre de 2008, se escribió una de las páginas más funestas de la historia contemporánea de nuestro país. Un año después no se ha aclarado plenamente cómo fue que se produjeron los luctuosos enfrentamientos de Porvenir, en Pando, ni quiénes fueron sus autores intelectuales. Pero el hecho es que independientemente de ello, lo que ocurrió ese día marcó un antes y un después de un proceso que a punto estuvo de desencadenar una feroz guerra civil.

Sobre el asunto hay todavía dos versiones mutuamente excluyentes, cada una defendida por los dos sectores que fueron protagonistas. Según el Gobierno, todo fue resultado de un plan de acción cuidadosamente planificado con el fin último de provocar su derrocamiento. Los grupos cívicos que se le enfrentaron, en cambio, coinciden en que hubo una fría preparación de la violencia pero la atribuyen a los estrategas políticos del oficialismo.

Como suele suceder en estos casos, cuya complejidad no admite explicaciones simplistas, la verdad no puede ser encontrada en las versiones de los involucrados. Son tantos los factores que confluyeron en el desencadenamiento de la violencia que resulta imposible atribuir toda la culpa a una de las partes y tampoco se puede exculpar a ninguna de ellas.

El año transcurrido no es suficiente para juzgar y evaluar cuanto ocurrió ese día desde una perspectiva histórica. Ver el lugar que lo ocurrido en Pando ocupa en esa larga cadena de causas y efectos que son los procesos políticos de largo alcance, como el actual, es algo que habrá que dejar para el futuro.

Por ahora, sólo se cabe recordar que Porvenir y el 11 de septiembre fueron sólo un lugar y un momento en el que se condensó un fenómeno político mucho más amplio en términos temporales y geográficos. Fue la reducción a su mínima expresión de un enfrentamiento que estuvo a punto de tener dimensión nacional, con todo lo que ello hubiese significado.

Lo importante, por ahora, es que, independientemente de los criterios relativos a la legalidad y la justicia, el 11 de septiembre selló el triunfo de una de las partes contendientes, —el Gobierno— y la derrota de la otra —la oposición cívica regional—. Fue tan fulminante el resultado que aún hoy, un año después, son notables sus secuelas.

Como ahora se puede constatar, fue enorme el desacierto de los dirigentes cívicos de los departamentos de la “Media Luna” que se dejaron llevar por las corrientes más radicales, las que sobrestimando sus fuerzas y subestimando las del Gobierno creyeron conveniente optar por la vía de la violencia y dar la espalda a la legalidad democrática. Como lo dijimos en este espacio editorial hace un año, tal decisión fue más que un crimen, un error de esos que en la política y en la guerra tienen un alto precio.

Quienes ahora tienen en sus manos la conducción de la oposición tienen pues la obligación de reflexionar sobre el aniversario que hoy se conmemora, pues desgraciadamente no son pocas las voces que desde sus propias filas insisten en retomar el camino que condujo a tan fatídica fecha.