sábado, 12 de septiembre de 2009

Valdivia en la llaga (Roberto Dotti)

En La Paz, los más ricos están abajo. Paradójica figura que da vueltas en la cabeza del director de Zona Sur. El autor de esta ‘dolorosa’ película, tan boliviana como universal, desata algunos nudos de su infancia y de años urbanos arrojando una historia caliente sobre la mesa. Juan Carlos Valdivia (Jonás y la ballena rosada, American Visa) penetra en una familia tipo ‘Sur’ y desteje su intimidad con 57 planos secuencias, describiendo casi todo en forma circular, una familia, una historia, un momento.

Una madre sobrepotectora de los varones y crítica de su hija, exitosa en sus negocios (aunque nunca demuestra sus habilidades) acarrea las ‘taras’ de los k’aras (hombres blancos). Sólo falta que hablen inglés para detallar su fuerte influencia ideológica y su estilo de vida. La familia, sin padre, es servida a merced por el mayordomo Wilson y por Marcelina, jardinera de la florida casa.

Carola no logra el control de su hogar ni de la educación de sus hijos, como así tampoco de su vida, sus deseos y sus proyectos, tal vez porque no los tiene. Todo subyace impaciente en una casa, donde nunca pasa nada y donde pasa todo.

El lenguaje simbólico construye el imaginario y esgrime conceptos precisos y contundentes que describen la burbuja de zona sur.

Un filme que toca fibras, que golpea y que pone en debate los prejuicios y las distancias sociales. “Me da la gana de gritarte, esta es mi casa”, dice Carola. “No me sigas gritando”, contesta Wilson y amaga con un golpe.

Escenas de tensión, roturas del aparente bienestar, inflexiones.

Bernarda, la hija, con honestidad brutal enfrenta la coraza materna y el protectorado matriarcal. “Soy orgullosa de lo que soy” y despacha un contundente “No quiero ser como vos”, dice suelta de cuerpo y alma. Este choque no es solo generacional, sino existencial. En la intensidad del diálogo se desliza un consejo materno: “Lo que no tienes lo cultivas y lo que tienes no lo muestres”, como alertando el cruel mundo exterior que le tocará afrontar y la debilidad de su inmadurez. Carola trata de educar desde la sutileza, donde halla claridad, una ambigüedad que sobredimensiona una clase posicionada por tradición, más que por sus logros.

Afuera casi siempre llueve, una metafórica demostrando la hostilidad exterior, tiempo de cambios, un recurso viejo, pero que aún funciona. El clasismo y el racismo, se abordan desde distintos niveles y entrecruzan las historias de una familia adinerada venida a menos y en franco proceso de descomposición y decadencia. En contraparte, ‘los sirvientes’ que conocen al detalle a cada miembro familiar y nadie los conoce a ellos, van ocupando espacios, logrando desplazar una clase, un poder, una idiosincrasia, un barrio, un país.

Con una estética prolija y pulida, fuerza por momentos el ritmo que se vuelve lento. La música ajustada y certera, no sólo construye climas. Aporta con vigor el relato y también cuenta.

El aimara no fue traducido o subtitulado al español (Sí al inglés). Se le quita la palabra o mejor dicho no se los toma en cuenta. Pero atraviesa el latente deseo del protagonista, lo que vendrá del mundo marginado, oculto, ninguneado.

La inocencia del pequeño Andrés es implacable cuando pregunta “¿y si no fueras empleado qué te gustaría ser?” Y también, “cuando eras niño ¿qué querías ser de grande?”, La búsqueda de la reafirmación lo acerca más al mundo andino que al de su clase. “Si no fuera por Wilson, esta casa sería un desastre”, se anima a decir. Él será lo que le designan que sea, pero no quiere ese destino, quiere volar, como los otros, quiere otra cosa.

Los destacables trabajos de Ninón del Castillo (Carola), Pascual Loayza (Wilson), Nicolás Fernández (Andrés) edifican una historia que no había sido contada desde allí. Personajes bien trabajados que convencen por su soltura y su madurez a pesar de ser primerizos en la pantalla grande.

Un acierto del director paceño que se las arregló para hacer cine de bajo presupuesto, logrando buena calidad estética y un tema tan actual como manifiesto, debatible, polémico, urticante y muy exportable.