Hay motivos para temer que las tensiones entre EE.UU. y Venezuela y sus aliados, lejos de disminuir, ingresen a una nueva fase de agresividad
Aunque aún no se ha hecho público, un informe del Congreso de EE.UU. según el cual Venezuela merece ingresar a la categoría de “narcoestado” por el papel que ese país juega en el comercio internacional de drogas, ya ha introducido un elemento de tensión más a las ya frágiles relaciones entre ambos países.
El documento, al que de manera casi simultánea tuvieron acceso dos de los más influyentes diarios europeos, el londinense Financial Times y El País de España, contiene afirmaciones que por su grueso calibre permiten suponer que lejos de encaminarse hacia una normalización, como se suponía, las relaciones entre Estados Unidos y Venezuela se aproximan al punto de ebullición.
El informe elaborado por pedido del Comité de Relaciones Exteriores del Congreso estadounidense, revela que “el contrabando de cocaína a través de Venezuela se cuadruplicó entre 2004 y 2007 y que la Guardia Nacional venezolana coopera con los traficantes de estupefacientes colombianos”. Afirma, además, que “un alto nivel de corrupción dentro del Gobierno venezolano, del Ejército y de otras fuerzas de orden contribuye a la creación de este clima de permisividad”.
Como era de prever, la difusión extraoficial del informe --lo que no suele ocurrir por descuido o por azar-- ha dado ya lugar a una muy agresiva respuesta venezolana expresada de dos maneras diferentes: la oficial, y la de los mensajes indirectos. La primera estuvo a cargo del Ministro del Interior venezolano, Tareck el Aissami, quien se ha limitado a afirmar que “EE.UU. no puede juzgar a ningún país por su lucha contra el narcotráfico”. Pero como es habitual en estos casos, más elocuente que lo que se dice oficialmente es lo que se expresa por vías menos formales. Es el caso de los discursos de Hugo Chávez y sus aliados, cuya habitual agresividad ha subido de tono hasta alcanzar el de una belicosidad poco común en tiempos de paz.
La tensión ocasionada por el golpe de Estado que tuvo lugar en Honduras hace tres semanas ha sido el pretexto perfecto para que Hugo Chávez y sus aliados den rienda suelta a su beligerancia. Han llegado a amenazar con desencadenar una guerra civil a escala continental y, dadas las circunstancias, cada vez son menos quienes creen que se trata de simples bravuconadas.
En el otro frente, las señales tampoco se reducen a las que se transmiten a través de informes filtrados, como el que comentamos. El Comando Sur de EE.UU. ha estrenado un nuevo comandante que ha debutado dirigiendo amenazadoras frases a Venezuela, y los republicanos sostienen que que ha llegado la hora de “como mínimo, una revisión profunda de la política de Estados Unidos hacia Venezuela”, y “otros países afectados”. Hay pues motivos para temer que el futuro inmediato no llegue con buenas noticias.
sábado, 18 de julio de 2009
viernes, 17 de julio de 2009
Entre la Pachamama y el petróleo
Habrá que ver cómo sale el gobierno del entuerto en que se ha metido. Tras él se esconde el punto más débil del “proceso de cambio”
Cuando durante los primeros días del pasado mes de junio en la selva amazónica peruana se desencadenaron cruentos enfrentamientos entre indígenas y fuerzas policiales, el presidente boliviano no pudo disimular su plena identificación con la causa de los “indígena originarios campesinos”. Fue tan franca y abierta su toma de partido, que llegó a poner en muy serio riesgo las relaciones diplomáticas con el más cercano de nuestros vecinos.
En el caso peruano, desde el punto de vista de Evo Morales, la línea que separa el bien del mal era tan nítida que no había ni el más mínimo lugar a dudas. Ahora, poco más de un mes después, no parece tener tan claras las cosas. Es que ante un manifiesto difundido por las principales organizaciones indígenas de nuestro país, en el que en nombre del medio ambiente cuestionan las operaciones petroleras que YPFB promueve en la amazonia boliviana, ha montado en cólera.
Los argumentos esgrimidos por los indígenas bolivianos son idénticos a los que condujeron a sus congéneres peruanos a arremeter contra el gobierno de Alan García. Exigen que se les consulte y se respeten sus decisiones sobre las actividades mineras e hidrocarburíferas en sus comunidades. Y que se detengan los trabajos petroleros que se han iniciado porque “atentan contra el medio ambiente, la salud y la vida de las comunidades”. El guión es exactamente el mismo.Hasta ahí, nada sorprendente. Pero el asunto comienza a adquirir un aspecto digno de atención cuando se constata que los argumentos con los que Evo Morales responde a las exigencias de los indígenas en cuyo nombre gobierna son también exactamente iguales a los empleados por Alan García cuando tuvo que enfrentar similar desafío.
"Algunas ONG usan a algunos dirigentes sindicales o al movimiento indígena para oponerse y se oponen y no nos facilitan las licencias ambientales para que haya más pozos y más petróleo”. “Los están “manipulando” y “confundiendo” con intereses políticos”. “Algunas ONG decían “Amazonía sin petróleo (...) eso quiere decir que no haya gas ni petróleo para los bolivianos. Entonces ¿de qué Bolivia va a vivir si algunas ONG dicen Amazonía sin petróleo?". Esas son algunas de las frases cuyo contenido parece calcado, aunque no la forma, de alguno de los discursos con los que Alan García intentó persuadir a los indígenas peruanos que en nombre de la defensa del medio ambiente fueron llevados a morir y matar.
Habrá que ver cómo sale el gobierno del entuerto en que se ha metido. Los taladros venezolanos están listos en el norte paceño para penetrar en la “Pachamama”, y los “indígena originarios campesinos” en pie de guerra para evitar que esa violación se produzca. Enorme dilema tras el que se esconde el punto más débil del “proceso de cambio”.
Cuando durante los primeros días del pasado mes de junio en la selva amazónica peruana se desencadenaron cruentos enfrentamientos entre indígenas y fuerzas policiales, el presidente boliviano no pudo disimular su plena identificación con la causa de los “indígena originarios campesinos”. Fue tan franca y abierta su toma de partido, que llegó a poner en muy serio riesgo las relaciones diplomáticas con el más cercano de nuestros vecinos.
En el caso peruano, desde el punto de vista de Evo Morales, la línea que separa el bien del mal era tan nítida que no había ni el más mínimo lugar a dudas. Ahora, poco más de un mes después, no parece tener tan claras las cosas. Es que ante un manifiesto difundido por las principales organizaciones indígenas de nuestro país, en el que en nombre del medio ambiente cuestionan las operaciones petroleras que YPFB promueve en la amazonia boliviana, ha montado en cólera.
Los argumentos esgrimidos por los indígenas bolivianos son idénticos a los que condujeron a sus congéneres peruanos a arremeter contra el gobierno de Alan García. Exigen que se les consulte y se respeten sus decisiones sobre las actividades mineras e hidrocarburíferas en sus comunidades. Y que se detengan los trabajos petroleros que se han iniciado porque “atentan contra el medio ambiente, la salud y la vida de las comunidades”. El guión es exactamente el mismo.Hasta ahí, nada sorprendente. Pero el asunto comienza a adquirir un aspecto digno de atención cuando se constata que los argumentos con los que Evo Morales responde a las exigencias de los indígenas en cuyo nombre gobierna son también exactamente iguales a los empleados por Alan García cuando tuvo que enfrentar similar desafío.
"Algunas ONG usan a algunos dirigentes sindicales o al movimiento indígena para oponerse y se oponen y no nos facilitan las licencias ambientales para que haya más pozos y más petróleo”. “Los están “manipulando” y “confundiendo” con intereses políticos”. “Algunas ONG decían “Amazonía sin petróleo (...) eso quiere decir que no haya gas ni petróleo para los bolivianos. Entonces ¿de qué Bolivia va a vivir si algunas ONG dicen Amazonía sin petróleo?". Esas son algunas de las frases cuyo contenido parece calcado, aunque no la forma, de alguno de los discursos con los que Alan García intentó persuadir a los indígenas peruanos que en nombre de la defensa del medio ambiente fueron llevados a morir y matar.
Habrá que ver cómo sale el gobierno del entuerto en que se ha metido. Los taladros venezolanos están listos en el norte paceño para penetrar en la “Pachamama”, y los “indígena originarios campesinos” en pie de guerra para evitar que esa violación se produzca. Enorme dilema tras el que se esconde el punto más débil del “proceso de cambio”.
jueves, 16 de julio de 2009
El 16 de Julio y la nueva historia
La verdad de los hechos resulta muy incómoda para un proyecto político que se propone reinventar el pasado y reescribir la historia
Los actos con los que se conmemora el segundo centenario de la insurrección que se produjo en La Paz el 16 de julio de 1809, ha dado lugar, tal como ocurrió con motivo del bicentenario del “grito libertario” del 25 de mayo, a intensas disputas que tienen como principal objetivo imponer en la mentalidad colectiva una cierta interpretación de la historia.
La historia se convierte así en uno más de los muchos escenarios donde se confrontan dos visiones del pasado y del presente y se proyectan hacia el porvenir. Reinventar el pasado es parte de una “reinvención del futuro”, por lo que la batalla ideológica que tiene lugar en los actos conmemorativos resulta de primordial importancia.
En el caso de las celebraciones que tuvieron lugar en Sucre el 25 de mayo pasado, la pugna fue explícita. Los sucrenses tuvieron sus festejos y el Presidente Morales organizó los suyos, dando la espalda a lo que desde su punto de vista resulta lo más representativo de esa Bolivia que se propone destruir. Gran parte de los esfuerzos propagandísticos del gobierno estuvieron dirigidos a minimizar, a borrar incluso de la memoria colectiva todo lo relacionado con el proceso que derivó en el nacimiento de la República.
Algo similar quisieran hacer en La Paz los ideólogos de la “descolonización”. Pero por múltiples razones, expulsar de la historia a personajes como Pedro Domingo Murillo y “la tea que dejó encendida” no es tan fácil. Retirar del pedestal en que la historia oficial puso a los “protomártires” de la revolución paceña es poco menos que imposible, por lo menos por ahora, y tampoco están dadas las condiciones –aún-- para poner en su lugar a caudillos indígenas como Túpac Katari o Bartolina Sisa.
Ponerlos lado a lado para que compartan las glorias de la causa libertaria, que supuestamente es lo que se conmemora, tampoco es algo que se pueda hacer. Por mucho que se esmeren quienes se han dado a la tarea de reinventar el pasado y reescribir la historia, no es posible olvidar que Murillo y Katari nunca compartieron la misma causa sino, muy por el contrario, combatieron en bandos opuestos. Murillo jugó un papel muy destacado en las expediciones militares que fueron enviadas por las autoridades españolas para levantar el sitio katarista.
Tal verdad histórica resulta de lo más incómoda para un proyecto político que tiene entre sus principales objetivos la destrucción del “poder simbólico del mundo q’ara; es decir, la legitimidad de la representación subjetiva de lo ‘boliviano’ y lo ‘occidental’”.
Resulta muy significativo, en ese contexto, que los actos conmemorativos del bicentenario de la gesta paceña se hayan inaugurado con un atentado contra un busto del personaje que representa a la vertiente criolla y mestiza de una historia que ahora se quiere borrar.
Los actos con los que se conmemora el segundo centenario de la insurrección que se produjo en La Paz el 16 de julio de 1809, ha dado lugar, tal como ocurrió con motivo del bicentenario del “grito libertario” del 25 de mayo, a intensas disputas que tienen como principal objetivo imponer en la mentalidad colectiva una cierta interpretación de la historia.
La historia se convierte así en uno más de los muchos escenarios donde se confrontan dos visiones del pasado y del presente y se proyectan hacia el porvenir. Reinventar el pasado es parte de una “reinvención del futuro”, por lo que la batalla ideológica que tiene lugar en los actos conmemorativos resulta de primordial importancia.
En el caso de las celebraciones que tuvieron lugar en Sucre el 25 de mayo pasado, la pugna fue explícita. Los sucrenses tuvieron sus festejos y el Presidente Morales organizó los suyos, dando la espalda a lo que desde su punto de vista resulta lo más representativo de esa Bolivia que se propone destruir. Gran parte de los esfuerzos propagandísticos del gobierno estuvieron dirigidos a minimizar, a borrar incluso de la memoria colectiva todo lo relacionado con el proceso que derivó en el nacimiento de la República.
Algo similar quisieran hacer en La Paz los ideólogos de la “descolonización”. Pero por múltiples razones, expulsar de la historia a personajes como Pedro Domingo Murillo y “la tea que dejó encendida” no es tan fácil. Retirar del pedestal en que la historia oficial puso a los “protomártires” de la revolución paceña es poco menos que imposible, por lo menos por ahora, y tampoco están dadas las condiciones –aún-- para poner en su lugar a caudillos indígenas como Túpac Katari o Bartolina Sisa.
Ponerlos lado a lado para que compartan las glorias de la causa libertaria, que supuestamente es lo que se conmemora, tampoco es algo que se pueda hacer. Por mucho que se esmeren quienes se han dado a la tarea de reinventar el pasado y reescribir la historia, no es posible olvidar que Murillo y Katari nunca compartieron la misma causa sino, muy por el contrario, combatieron en bandos opuestos. Murillo jugó un papel muy destacado en las expediciones militares que fueron enviadas por las autoridades españolas para levantar el sitio katarista.
Tal verdad histórica resulta de lo más incómoda para un proyecto político que tiene entre sus principales objetivos la destrucción del “poder simbólico del mundo q’ara; es decir, la legitimidad de la representación subjetiva de lo ‘boliviano’ y lo ‘occidental’”.
Resulta muy significativo, en ese contexto, que los actos conmemorativos del bicentenario de la gesta paceña se hayan inaugurado con un atentado contra un busto del personaje que representa a la vertiente criolla y mestiza de una historia que ahora se quiere borrar.
miércoles, 15 de julio de 2009
Los caballos y el colonialismo
Si de reinventar el pasado y reescribir la historia se trata, es innegable que el concejal alteño tiene toda la razón. Lo demás es puro cuento
Hace algunas semanas, al comentar la decisión gubernamental de declarar feriado nacional el día del “año nuevo aymara”, primero, y la expulsión de los arqueólogos de Tiwanaku para que las excavaciones pasen a ser dirigidas por las “autoridades originarias”, un día después, decíamos que tales actos mostraban cuán absurdos y peligrosos pueden llegar a ser los afanes por reinventar el pasado y reescribir la historia.
“A este paso nadie deberá sorprenderse si disparates como el del “año nuevo aymara” comienzan a multiplicarse”, decíamos el 24 de junio en este espacio editorial, asumiendo que entre lo absurdo y la estupidez hay un pequeño paso, y que como dijo Konrad Adenauer, “si algo “injusto” habría hecho Dios es que habiendo limitado la inteligencia humana, dejó totalmente ilimitada la estupidez”.
No fue necesario esperar mucho tiempo para tener una nueva muestra de lo dicho. Nos la dio un muy conocido e influyente concejal alteño según quien Evo Morales “se burló del pasado y del sufrimiento de los indígenas” al encabezar una caravana ecuestre que partió el lunes de Patacamaya rumbo a la ciudad de La Paz como parte de los festejos de “Bicentenario”.
La explicación es sencilla. Es que según tan celoso defensor de lo auténticamente “indígena originario campesina”, los españoles llegaron a América montados en caballos y Túpac Katari fue descuartizado con cuatro caballos. Por si eso fuera poco, “Napoleón sometió a los pueblos de Europa montado en un caballo blanco”. Y como fue precisamente blanco el caballo que montó Morales, la afrenta fue doble.
Pero no es eso lo peor. Más grave aún es que al encabezar un desfile de caballería Evo Morales se hizo cómplice de una “distorsión de la historia”, pues “el símbolo de los pueblos incas fue la llama y no el caballo”. Lo consecuente, según esa forma de razonar, sería que el presidente dé el ejemplo y encabece un desfile triunfal montando una briosa llama, pero jamás un colonialista corcel. Y las FF.AA. del flamante Estado Plurinacional tendrían que sustituir su actual caballería por una llamerada si no quieren que caiga sobre ellas la sospecha de la traición.
No sería justo, sin embargo, tomar a la ligera tales apreciaciones y mucho menos hacerlas objeto de burla sin considerar el contexto en que se inspiran. Es que lejos de ser fruto de los desvaríos de un individuo, son la más fiel expresión y la más lógica consecuencia del espíritu “descolonizador” que intentan imponer los ideólogos del “proceso de cambio”.
Si de reinventar el pasado y reescribir la historia se trata, hay que reconocer que el concejal alteño tiene toda la razón. Es evidente que no se puede pretender borrar de la memoria colectiva “la larga noche colonial” si al mismo tiempo se monta un caballo. Lo demás es puro cuento, impostura cruel.
Hace algunas semanas, al comentar la decisión gubernamental de declarar feriado nacional el día del “año nuevo aymara”, primero, y la expulsión de los arqueólogos de Tiwanaku para que las excavaciones pasen a ser dirigidas por las “autoridades originarias”, un día después, decíamos que tales actos mostraban cuán absurdos y peligrosos pueden llegar a ser los afanes por reinventar el pasado y reescribir la historia.
“A este paso nadie deberá sorprenderse si disparates como el del “año nuevo aymara” comienzan a multiplicarse”, decíamos el 24 de junio en este espacio editorial, asumiendo que entre lo absurdo y la estupidez hay un pequeño paso, y que como dijo Konrad Adenauer, “si algo “injusto” habría hecho Dios es que habiendo limitado la inteligencia humana, dejó totalmente ilimitada la estupidez”.
No fue necesario esperar mucho tiempo para tener una nueva muestra de lo dicho. Nos la dio un muy conocido e influyente concejal alteño según quien Evo Morales “se burló del pasado y del sufrimiento de los indígenas” al encabezar una caravana ecuestre que partió el lunes de Patacamaya rumbo a la ciudad de La Paz como parte de los festejos de “Bicentenario”.
La explicación es sencilla. Es que según tan celoso defensor de lo auténticamente “indígena originario campesina”, los españoles llegaron a América montados en caballos y Túpac Katari fue descuartizado con cuatro caballos. Por si eso fuera poco, “Napoleón sometió a los pueblos de Europa montado en un caballo blanco”. Y como fue precisamente blanco el caballo que montó Morales, la afrenta fue doble.
Pero no es eso lo peor. Más grave aún es que al encabezar un desfile de caballería Evo Morales se hizo cómplice de una “distorsión de la historia”, pues “el símbolo de los pueblos incas fue la llama y no el caballo”. Lo consecuente, según esa forma de razonar, sería que el presidente dé el ejemplo y encabece un desfile triunfal montando una briosa llama, pero jamás un colonialista corcel. Y las FF.AA. del flamante Estado Plurinacional tendrían que sustituir su actual caballería por una llamerada si no quieren que caiga sobre ellas la sospecha de la traición.
No sería justo, sin embargo, tomar a la ligera tales apreciaciones y mucho menos hacerlas objeto de burla sin considerar el contexto en que se inspiran. Es que lejos de ser fruto de los desvaríos de un individuo, son la más fiel expresión y la más lógica consecuencia del espíritu “descolonizador” que intentan imponer los ideólogos del “proceso de cambio”.
Si de reinventar el pasado y reescribir la historia se trata, hay que reconocer que el concejal alteño tiene toda la razón. Es evidente que no se puede pretender borrar de la memoria colectiva “la larga noche colonial” si al mismo tiempo se monta un caballo. Lo demás es puro cuento, impostura cruel.
martes, 14 de julio de 2009
Las aguas bravas del Silala
La cancillería está en dificultades para defender sus supuestos logros.
Y si así le va con las aguas del Silala, ¿cómo le estará yendo con las otras?
Tres años y medio después de haber dado un giro radical a la política exterior de nuestro país, y muy especialmente a las relaciones con Chile, la Cancillería encabezada por David Choquehuanca se aproxima al momento de las pruebas. Tendrá que defender los primeros frutos de su “diplomacia de los pueblos”, lo que implica embarcarse en aguas bravas. Pero no se trata de las aguas del océano Pacífico, sino las de “sistema hídrico” del Silala.
El resultado presentado no fue el que los potosinos esperaban cuando en tono triunfalista se hablaba de “grandes avances”. Es que hubo avances, sin duda, pero avances para Chile. La exclusión del término “río” para sustituirlo por el de “sistema hídrico” ya es un gran paso a favor de la posición de nuestros vecinos, pues la piedra angular de la causa boliviana radica precisamente en la naturaleza de aquel manantial.
El estudio científico que haría falta para dirimir el pleito, el que durante tanto tiempo Bolivia exigió, ha sido incomprensiblemente dejado de lado. Es verdad que se deja abierta la posibilidad de que algún día se lo haga, pero ya no como condición previa sino algo accesorio que puede ser diferido para cuando Chile así lo disponga. Mientras tanto, ni río ni manantial, sino “sistema hídrico”.
Como era previsible, tales acuerdos no han sido bien recibidos por la mayor parte de las instituciones potosinas que no se resignan a que el gobierno tan generosamente dé por cancelada la millonaria deuda acumulada en su favor durante las últimas décadas. Pero como también era previsible, dada la habilidad con que el gobierno destruye la unidad de criterios cuando la división le resulta conveniente, con mucha habilidad se ha recurrido a la tentación monetaria para que los pobladores de Quetena Chico, donde está el reservorio, acepten la compensación que ofrece Chile.
Se ha abierto así la posibilidad de que los potosinos comiencen a pelear entre ellos. Que unos, los que por ser “originarios” de Quetana Chico se sienten con más derecho que los demás, se acojan al dicho según el cual “de mal pagador, se aceptan piedras”. Y los otros --los que son potosinos pero que son vistos como “forasteros” por los “dueños” del manantial-- que se niegan a vender tan barata una causa por la que tanto lucharon. Y los demás bolivianos… Sin nada que decir, pues ya se ha asumido la idea de que no vale la pena meterse en problemas “ajenos”.
Se puede prever, sin embargo, que al final de cuentas la decisión estará en manos de quienes hacen sumas y restas en términos electorales. Y como los potosinos que desaprueban la propuesta gubernamental son más que los que la aceptan, lo más probable es que Choquehuanca tenga que aceptar el fracaso de su gestión diplomática. Y si así le va con las aguas del Silala, ¿cómo le estará yendo con las otras?
lunes, 13 de julio de 2009
El nuevo rol de Santa Cruz
Se diría que las banderas blanquiverdes fueron sustituidas por banderas íntegramente blancas. Las banderas de la paz o de la rendición
Una noticia que en Santa Cruz no ha recibido la atención que merece y en el resto del país ha pasado poco menos que desapercibida, es la relativa las decisiones adoptadas en la más reciente Asamblea de la “Cruceñidad”. El asunto es importante porque marca el inicio del que sin duda será un largo proceso que esa región deberá seguir si quiere recuperarse de las contundentes derrotas que le fueron asestadas por el oficialismo durante los últimos meses.
El rumbo que tome y las formas de acción que elija el Comité Cívico cruceño serán factores que influirán mucho en el futuro inmediato de la actividad política nacional. Es que pese a lo deteriorada que quedó la oposición cívico regional no deja de ser un actor protagónico con suficiente fuerza para que cuanto haga o deje de hacer deba ser tomado muy en cuenta por quienes pretenden influir de algún modo en el futuro inmediato de nuestro país.
En ese contexto lo más relevante resulta ser la forma y el tono con que se deliberó. Según coinciden los reportes de prensa al respecto, fue notable la diferencia en comparación con anteriores asambleas de la “cruceñidad”. Esta vez predominaron los discursos calmos y reflexivos sobre los radicales y los discursos belicosos fueron desplazados por los dichos en tono concertador.
Tan elocuente como lo anterior fue la ausencia de los principales dirigentes regionales que comandaron las luchas durante el año pasado. Es comprensible, pues los fracasos a los que fue conducida por sus líderes la oposición cívica cruceña dieron lugar a pugnas internas y éstas ponían en riesgo la unidad de las principales instituciones de Santa Cruz. Razón más que suficiente para que los derrotados se replieguen y dejen su lugar a nuevos liderazgos, por ahora en estado embrionario.
En lo que al fondo se refiere, se destaca la adopción de una actitud defensiva. La máxima prioridad ahora es armar una línea de defensa legal para proteger a las personas que consideren que sus derechos fundamentales están siendo violados. Se decidió hacer de los estrados judiciales el principal, si no único campo de batalla, y convocar a una marcha ‘por la justicia, la libertad y la democracia’ para el 15 de julio. De autonomía, ya ni hablar. Se diría que las banderas blanquiverdes fueron sustituidas por banderas íntegramente blancas. Las banderas de la paz o de la rendición.
Como se ve, nada que se parezca a lo que se podía esperar hace un año, cuando el Comité pro Santa Cruz obtenía un triunfo tras otro y parecía consolidarse como el núcleo de oposición. Un drástico cambio que hasta ahora no ha recibido la atención que merece de quienes se proponen describir, interpretar y comprender cuanto está ocurriendo en nuestro país.
Una noticia que en Santa Cruz no ha recibido la atención que merece y en el resto del país ha pasado poco menos que desapercibida, es la relativa las decisiones adoptadas en la más reciente Asamblea de la “Cruceñidad”. El asunto es importante porque marca el inicio del que sin duda será un largo proceso que esa región deberá seguir si quiere recuperarse de las contundentes derrotas que le fueron asestadas por el oficialismo durante los últimos meses.
El rumbo que tome y las formas de acción que elija el Comité Cívico cruceño serán factores que influirán mucho en el futuro inmediato de la actividad política nacional. Es que pese a lo deteriorada que quedó la oposición cívico regional no deja de ser un actor protagónico con suficiente fuerza para que cuanto haga o deje de hacer deba ser tomado muy en cuenta por quienes pretenden influir de algún modo en el futuro inmediato de nuestro país.
En ese contexto lo más relevante resulta ser la forma y el tono con que se deliberó. Según coinciden los reportes de prensa al respecto, fue notable la diferencia en comparación con anteriores asambleas de la “cruceñidad”. Esta vez predominaron los discursos calmos y reflexivos sobre los radicales y los discursos belicosos fueron desplazados por los dichos en tono concertador.
Tan elocuente como lo anterior fue la ausencia de los principales dirigentes regionales que comandaron las luchas durante el año pasado. Es comprensible, pues los fracasos a los que fue conducida por sus líderes la oposición cívica cruceña dieron lugar a pugnas internas y éstas ponían en riesgo la unidad de las principales instituciones de Santa Cruz. Razón más que suficiente para que los derrotados se replieguen y dejen su lugar a nuevos liderazgos, por ahora en estado embrionario.
En lo que al fondo se refiere, se destaca la adopción de una actitud defensiva. La máxima prioridad ahora es armar una línea de defensa legal para proteger a las personas que consideren que sus derechos fundamentales están siendo violados. Se decidió hacer de los estrados judiciales el principal, si no único campo de batalla, y convocar a una marcha ‘por la justicia, la libertad y la democracia’ para el 15 de julio. De autonomía, ya ni hablar. Se diría que las banderas blanquiverdes fueron sustituidas por banderas íntegramente blancas. Las banderas de la paz o de la rendición.
Como se ve, nada que se parezca a lo que se podía esperar hace un año, cuando el Comité pro Santa Cruz obtenía un triunfo tras otro y parecía consolidarse como el núcleo de oposición. Un drástico cambio que hasta ahora no ha recibido la atención que merece de quienes se proponen describir, interpretar y comprender cuanto está ocurriendo en nuestro país.
domingo, 12 de julio de 2009
La controvertida vida de Pedro Murillo y Salazar
Los antecedentes de la gesta libertaria y El Plan de Gobierno de los insurrectos paceños
La controvertida vida de Pedro Murillo y Salazar
Un atardecer lleno de bullas
La participación de los indígenas en la gesta del 16 de julio de 1809
Las mujeres de La Paz durante el proceso de independencia
La guerra “non sancta” del obispo La Santa
La controvertida vida de Pedro Murillo y Salazar
Un atardecer lleno de bullas
La participación de los indígenas en la gesta del 16 de julio de 1809
Las mujeres de La Paz durante el proceso de independencia
La guerra “non sancta” del obispo La Santa
Un sistema político en ruinas
Patético cuadro que da cuenta de la precariedad de la democracia boliviana y de la ineptitud de quienes actúan en nombre de ella
Según el calendario electoral que rige el proceso que deberá concluir el 6 de diciembre próximo, el pasado jueves feneció el plazo para que las organizaciones políticas obtengan o renueven su personería jurídica y queden así habilitadas participar en el acto.
Concluida esta etapa, la ex Corte Nacional Electoral, hoy Órgano Electoral Plurinacional (OEP), ha informado que son 15 las organizaciones, entre partidos políticos y agrupaciones ciudadanas, que quedaron habilitadas. Dos de las 17 registradas, ADN y FRI, fueron eliminadas.
A primera vista, podría creerse que tal cantidad de organizaciones políticas --la mayor parte de las cuales se niegan a identificarse como partidos-- es una muestra de lo saludable que está la democracia boliviana. Podría suponerse, incluso, que intermediación entre la sociedad y el Estado es lo que menos falta hace en nuestro país y que la institucionalidad democrática descansa sobre sólidas bases.
Resulta evidente, sin embargo, que esa es una apariencia que en nada corresponde a la realidad. Es que salvo una o tal vez dos excepciones, lo que se esconde tras tal abundancia de siglas es una falacia total. En los hechos, hay en Bolivia una sola organización política digna de tal nombre, el Movimiento al Socialismo, y el MNR, que sin duda aún vive, pero aparentemente en estado vegetativo. Alguna otra, como el Movimiento sin Miedo existe sólo en una ciudad del país, otras dos, como UN y AS no pasan de ser muy pequeños grupos de amigos reunidos alrededor de un aspirante a candidato y todas las demás, la inmensa mayoría, ni a eso llegan.
Esa es una cara de la penosa realidad. La otra es que más de diez individuos han anunciado sus intenciones de ser candidatos a la presidencia del Estado Plurinacional. De todos ellos, sólo uno, Evo Morales, cuenta con una organización política seria que lo respalde. Es decir, tan abundantes como los partidos sin seguidores y sin candidatos, son los candidatos sin seguidores y sin partido. Tal paradoja ilustra con toda claridad el estado comatoso en el que está el sistema político boliviano.
Pero la viveza criolla ya ha hallado la forma de resolver tan paradójica situación, aunque sólo sea en las apariencias. Consiste en una especie de mercado negro de siglas en el que sus propietarios y los aspirantes a candidatos regatean los precios y las condiciones en las que se harán los contratos de compra, venta, alquiler o anticrético. Así nació hace algunos años el MAS.
Ahora les toca a todas las fracciones de la oposición salir a buscar entre los desechos alguna combinación de letras que sirva para simular una organización política que en la realidad no existe. Patético cuadro que explica en gran medida la precariedad de la democracia boliviana.
Según el calendario electoral que rige el proceso que deberá concluir el 6 de diciembre próximo, el pasado jueves feneció el plazo para que las organizaciones políticas obtengan o renueven su personería jurídica y queden así habilitadas participar en el acto.
Concluida esta etapa, la ex Corte Nacional Electoral, hoy Órgano Electoral Plurinacional (OEP), ha informado que son 15 las organizaciones, entre partidos políticos y agrupaciones ciudadanas, que quedaron habilitadas. Dos de las 17 registradas, ADN y FRI, fueron eliminadas.
A primera vista, podría creerse que tal cantidad de organizaciones políticas --la mayor parte de las cuales se niegan a identificarse como partidos-- es una muestra de lo saludable que está la democracia boliviana. Podría suponerse, incluso, que intermediación entre la sociedad y el Estado es lo que menos falta hace en nuestro país y que la institucionalidad democrática descansa sobre sólidas bases.
Resulta evidente, sin embargo, que esa es una apariencia que en nada corresponde a la realidad. Es que salvo una o tal vez dos excepciones, lo que se esconde tras tal abundancia de siglas es una falacia total. En los hechos, hay en Bolivia una sola organización política digna de tal nombre, el Movimiento al Socialismo, y el MNR, que sin duda aún vive, pero aparentemente en estado vegetativo. Alguna otra, como el Movimiento sin Miedo existe sólo en una ciudad del país, otras dos, como UN y AS no pasan de ser muy pequeños grupos de amigos reunidos alrededor de un aspirante a candidato y todas las demás, la inmensa mayoría, ni a eso llegan.
Esa es una cara de la penosa realidad. La otra es que más de diez individuos han anunciado sus intenciones de ser candidatos a la presidencia del Estado Plurinacional. De todos ellos, sólo uno, Evo Morales, cuenta con una organización política seria que lo respalde. Es decir, tan abundantes como los partidos sin seguidores y sin candidatos, son los candidatos sin seguidores y sin partido. Tal paradoja ilustra con toda claridad el estado comatoso en el que está el sistema político boliviano.
Pero la viveza criolla ya ha hallado la forma de resolver tan paradójica situación, aunque sólo sea en las apariencias. Consiste en una especie de mercado negro de siglas en el que sus propietarios y los aspirantes a candidatos regatean los precios y las condiciones en las que se harán los contratos de compra, venta, alquiler o anticrético. Así nació hace algunos años el MAS.
Ahora les toca a todas las fracciones de la oposición salir a buscar entre los desechos alguna combinación de letras que sirva para simular una organización política que en la realidad no existe. Patético cuadro que explica en gran medida la precariedad de la democracia boliviana.
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