sábado, 12 de septiembre de 2009

Una fuga hacia el norte en la Zona Sur (Jorge Luna Ortuño)

El pasado jueves 13 de agosto se realizó en la Cinemateca la avanti premiere de la película boliviana Zona Sur, producida por Cinenómada, escrita y dirigida por Juan Carlos Valdivia. En primera instancia es el nuevo intento de Valdivia por hacer un cine que sea artístico por un lado, y rentable por el otro. El desafío estaba en realizar un proyecto con sustancia, basado en conceptos y que provocara a pensar, pero sin que deje de ser un producto atractivo para todo público. En el excelente documental A personal journey through american movies, Martin Scorsese –unos de los creadores más estimulantes del cine moderno- se refiere a esta cuestión denominándola “el dilema del director”: regla según la cual el director de cine está limitado por la aceptación de los productores que perciben lo que el público desea ver. Es esto lo que supo ver Valdivia y entonces presentó Zona Sur como respuesta. De esto trata también la alusión que hace a Steven Spielberg en un pasaje de la película, llamándolo el artista que sabe ganar millones o, en palabras de Valdivia: “el hombre que sin dejar de ser niño, sabe manejarse en el mundo de los negocios”.

Valdivia intenta superar el “dilema del director” con un guión que se interioriza en el mundo de la clase alta paceña sin olvidar incluir a un par de habitantes aymaras (cumpliendo el rol de la servidumbre) Quizá en otros tiempos los sirvientes no habrían tenido ni una línea en el guión, hubieran quedado reducidos a una especie de extras, pero dado el momento político que vive el país, en Zona Sur tienen un espacio protagonista, les dan una voz, existe una preocupación particular en el vestuario, los colores y sus espacios; el lente se detiene también en ellos. Esta medida es inteligente porque así Valdivia tiene a su disposición una variedad de personajes que le permitirá mostrar las relaciones que se dan entre dos formas distintas de posicionarse en el mundo –la indígena y la de los jailones- aludiendo a situaciones que se dan también a nivel general en la sociedad paceña.

La influencia de Sloterdijk

Llama la atención la tentativa de Valdivia por presentar Zona Sur como una película de personajes, pero concebidos como espacios, es decir como esferas. Valdivia se confiesa seguidor del filósofo alemán Peter Sloterdijk, autor de la monumental trilogía Esferas, y le da una especial importancia a las propuestas de este autor en la película. Valdivia apunta: “La intención de las tomas circulares es enfatizar las burbujas individuales, aquellas a las que se refiere Sloterdijk en su trilogía de las esferas”. La aproximación artística a un filósofo aporta una lección que bien les convendría considerar, tanto a intelectuales como a docentes académicos: seguir a un filósofo no es memorizarlo ni repetirlo y menos aún convertirlo en el objeto de culto de algún grupo; seguir a un filósofo es hacer algo con él en beneficio de un trabajo personal y entonces crear algo en consonancia, a nivel conceptual, en la afinidad de un rítmo o de una misma cadencia que se comparte con él. Eso es lo que hace Valdivia para dar vida a Zona Sur, que nos cuenta escribió el guión de la película en tres semanas, después de haber estado viajando en un barco de carga por el Atlántico, leyendo y rumiando los conceptos del filósofo alemán.

Para que el amigo lector tenga una breve noción, el concepto de esferas considera la experiencia del espacio como la experiencia primaria del existir. Sloterdijk dice que vivimos siempre en espacios, esferas, y atmósferas, desde el útero de la madre, la familia, la escuela, hasta la cultura y el sistema político que nos delimita. Desarrollarse es salir de esferas y pasar a otras, experimentar crisis cuando una se rompe, y aprender a aclimatarse cuando se ingresa a otras. Vivir es crear esferas, espacios habitables -no siempre físicos- que pueden consistir en el espacio creado por una madre con su hijo, o por una pareja, por ejemplo. En esta película las esferas se encuentran dentro de una gran esfera que es la casa en la que viven.

La puesta en escena

No habiendo una historia, ni una trama, y siendo más una especie de documental de una familia, nos referiremos a los personajes: Carola, la señora de la casa, es una mujer divorciada que ha dedicado su vida a sus tres hijos, y vive afligida pensando en el futuro que le espera cuando salgan de la casa. Patricio es el hijo mayor -el típico jailón de la zona sur- parte de una generación de seres deshabitados que viven con una cierta desdicha a pesar de tenerlo casi todo; Patricio evidencia lo obvio que resulta tipificar al jailón paceño, ya sea en su actitud, su pose, su lenguaje, o en su forma de pronunciar la “r” como si hablara en inglés. Bernarda, su hermana menor, es un personaje más interesante: es una chica atractiva que se niega a aceptar que el estatus económico de su familia defina su modo de vida, sus gustos, su imagen y sus compañías. Sin embargo vive a medias, solo con un pie en otra esfera, en otros segmentos de la sociedad (eligiendo ser lesbiana, estudiar en la UMSA en lugar de la Católica, etc.), pero sin alcanzar a completar su huída de la vida que la asfixia. Wilson y Marcela, el mayordomo y la sirvienta, se mueven bajo la sombra de una visión del indígena obediente, sumiso y tolerante a las exigencias de su amo. Hasta ahí encontramos demasiado cliché y estereotipo que evita que nos miremos auténticamente en el espejo sin la distorsión de contaminantes. Por eso es que en esta casa llena de espejos, ventanas, cristales y joyas, volvemos la mirada sobre nosotros una y otra vez, pero acabando en el aletargamiento, sin mayores resultados, pues no encontramos nada nuevo o nada que ya se ha dicho muchas veces en incursiones parecidas. Es curioso que el ejercicio de explorar en la Zona Sur termine revelando tan pocas cosas; que en muchos casos (en temas como el descuido de los hijos, la infelicidad en la opulencia, la búsqueda de una identidad, etc.), este acercamiento del lente no sea más que una confirmación de lo que suponíamos, y que se presente como “retrato íntimo” una realidad que a estas alturas es demasiado anunciada y previsible.

Para terminar hay que señalar que el ritmo de la película es cancino y tedioso, no solo porque casi toda la acción pase solo dentro de la casa, sino también por los constantes giros de 360 grados de la cámara que nos dan la sensación de que la película nunca termina de empezar; sumándose a esto los tonos musicales son demasiado uniformes, solemnes y nostálgicos, con el que se cierra el círculo de encierro. Estos recursos cumplen con su objetivo, es cierto, que es el de generar esa misma sensación de asfixia en la audiencia y el de mirarse a uno mismo. Pero de todos modos hubiera venido muy bien un espacio de deshogo, una variación en el ritmo, una fuga. Sin embargo, en medio de este tedio, el personaje que más se escapa, y a la vez nos permite escaparnos a nosotros, es Andrés, el hijo menor de la familia, el más descuidado por la madre y sus hermanos, pero por lo mismo es el que está más a salvo. En esta casa iluminada por colores blancos, Andrés es la otra claridad, un respiro, una línea de fuga para la película. La monotonía de la música solo cambia cuando aparece Andrés, variando con melodías electroacústicas, el charango y el saxofón. Andrés está cavando sus salidas, pero con una particularidad, pues al ser un niño y no poder salir de la casa, se busca sus medios indirectos: el encuentro con un vendedor que viene a ofrecer quesos del Altiplano es un contacto con el exterior, una salida; después logra salir en el auto de Wilson ocultándose en el asiento trasero. Pero es principalmente al ir creándose sus propias esferas (el techo de la casa, la casita en el árbol, etc.), que Andrés se fuga, y a falta de una salida horizontal, huye verticalmente, hacia arriba; por eso vive más en contacto con el aire que con la tierra, sentándose en los techos, lanzando burbujas, y soñando con volar un día. Sus medios aparecen al producirse sus primeros encuentros con el arte, con sus dibujos, y al crear a su amigo imaginario “Spielberg”, el artista millonario.

A pesar de toda la crítica negativa que se le pueda hacer, Zona Sur es un avance en el cine nacional que deja algo más que un buen sabor a boca. Además de dos figuras que destacan en su labor Joaquín Sánchez, -director de arte-, y Cergio Prudencio –compositor-, rescatamos el excelente trabajo de Paul de Lumen en la dirección de fotografía.