sábado, 12 de septiembre de 2009

Bolivian Beauty o el relato del encierro (Fadrique Iglesias Mendizábal)

Como casi nunca se ve en el cine nacional, una auténtica marea promocional ha sido desatada por la productora del nuevo film nacional “Zona Sur”, Cine Nómada. Las ciudades empapeladas de afiches de una estética pop que realiza una campaña subliminal (en la que el título del filme pasa a segundo plano e invita a que el público lo averigüe) el merchandising y un preestreno muy original con ají de fideo, marraquetas, queso collana y torta de limón incluidos, además de una amenaza de bomba en la cinemateca, pusieron tonos anecdóticos a la presentación previa del nuevo material de Juan Carlos Valdivia, que regresa después de cuatro años del estreno de American Visa.

A veces estas promociones, si no están acompañadas de calidad, suelen decepcionar a los espectadores. Este no es el caso. El resultado de Zona Sur es muy positivo.

Cinematográficamente hablando, resultan muy novedosas las tomas móviles de plano continuo que acompañan al espectador durante todo el film, otorgando un hiperrealismo a las secuencias. Algo que, para los más conservadores en cuanto a lenguajes pudiera ser visto como abrumador, complementa, por otra parte, la forma no lineal del relato. Se trata de una cámara que está en constante movimiento circular, digamos que dando vueltas sobre un eje (complejo en cuanto a la producción), inmiscuyéndose, cual voyeur, en las habitaciones y espacios íntimos de los personajes retratados. Ésa parece ser la intención de Valdivia: observar el diario vivir de una familia de clase alta paceña hasta dentro del baño.

Entre las interpretaciones se ven propuestas interesantes como la del niño, la madre (muy buenos Nicolás Fernández y Ninón del Castillo) y con algo de intermitencia los jóvenes que aunque representan bien sus caricaturas, corren el riesgo de bordear lugares comunes y clichés del mundo de la vida “jailona” paceña más allá de Obrajes.

No obstante, el film es una crítica y puesta en evidencia de lacras colonialistas y racistas de las que los bolivianos no hemos logrado desprendernos. El papel del mayordomo (Pascual Loayza), bien interpretado, da más peso a la familia que lo ha contratado que a la suya propia. Una casta que parece darle todo, pero que sin embargo no lo admite en igualdad de ser humano.

También, aportan mucho las metáforas de encierro (las ventanas, las rejas de la casa) en las que la familia se encuentra envuelta.

Una familia matriarcal pero profundamente machista, el mundo onírico de un niño que trata de encontrar un espacio en esa zona artificial en el que aparentemente los hermanos mayores todavía no se encuentran a gusto: el uno, tratando de emigrar a España para ser un filósofo del derecho y la otra, tratando de rehuir esa cultura impuesta siendo disidente del seno materno para abrirse un espacio contestatario como activista junto a su pareja lesbiana.

Por último, la escenificación del cambio social en nuestro país, el paso de las nuevas élites y los ocasos de las que están en decadencia económica y de principios, hace una radiografía de los procesos que nos tocan.

Lo más destacable, que suele ser la gran crítica del cine boliviano, pasa por el sonido y la imagen, facetas en las que Juan Carlos pasa con nota alta: imagen espectacular dotada por su cámara Red Digital, música impecable (obra del incombustible Cergio Prudencio), así como también la fotografía del asiático-americano Paul de Lumen, único artista invitado foráneo, y, por supuesto, el diseño de artes de Sánchez.

El reflejo del espectador en los personajes y en la historia es un logro sobresaliente, que hace posible la entronización del público en la obra. Cada uno logrará penetrar en esa “Zona sur” que todos tenemos en casa.