jueves, 1 de octubre de 2009

¿Una nueva conformación geopolítica en Centroamérica? ( Mario Edgar López Ramírez)

Centroamérica ha sido, tradicionalmente, una zona de influencia compartida por Estados Unidos y México. La aparición protagónica de la embajada de Brasil, en el seno mismo de la crisis política por la que atraviesa actualmente Honduras, rompe con esta lógica y parece ser un intento de cambio desde el sur, que impacta los equilibrios de poder regionales vividos por América Latina. Como es sabido, en la embajada brasileña con cede en Tegucigalpa, se atrinchera, desde hace más de una semana, el depuesto presidente Manuel Zelaya. ¿Qué lectura geopolítica puede tener este hecho?

A grandes rasgos, la conformación geopolítica hacia el istmo centroamericano ha estado organizada de la siguiente manera: Estados Unidos juega en la zona el papel de una hegemonía continental, si bien, con intereses de extensión global. El centro hegemónico estadunidense aprovecha lo principal de la extracción de las materias primas regionales (recursos naturales y, últimamente, ha puesto un especial énfasis en la explotación de la riqueza minera de la región); asimismo se beneficia de la mano de obra barata concentrada en la maquila y también de aquella fuerza de trabajo que ofrece la migración centroamericana hacia el norte.

De igual forma la economía estadunidense es el principal socio de los mercados centroamericanos (sobre todo en el área de los servicios) y la región ha sido utilizada como asentamiento de bases militares promovidas por Washington para monitorear al propio istmo y al Caribe (particularmente Honduras ha sido asentamiento estratégico de la llamada base Palmerola, en donde se ubica una de las principales fuerzas de tarea del ejército estadunidense). Centroamérica es entonces, para Estados Unidos, una periferia para la explotación, la reducción de costos, una modesta expansión de mercado y el control militar estratégico del centro continental, con los diversos matices que pueden presentarse de país a país.

Por su parte México ha tenido un rol histórico más complejo, por ser una especie de intermediario entre Estados Unidos y Centroamérica. A este rol jugado por México se le conoce como rol de semiperiferia, es decir, el papel de un país que se subordina a la hegemonía continental estadunidense, pero que a la vez posee cierto rango de independencia en sus decisiones, lo cual le permiten ejercer una influencia por cuenta propia. Dicho de otro modo: en ciertos momentos México es un área de transición geopolítica, que traduce los intereses de Washignton de manera más suave, cuando se trata de integrar a los centroamericanos a alguna línea de la política exterior norteamericana. En el caso de la integración económica, este rol de semiperiferia es muy claro, ya que es más fácil que Centroamérica se vincule con la economía mexicana, cuyo tamaño y nivel de desarrollo son más manejables para las pequeñas economías centroamericanas, que con la poderosa economía estadunidense (de ahí que los tratados de libre comercio de Centroamérica con México sean un subsistema del gran tratado comercial de México con Estados Unidos y Canadá).

También en otros temas relacionados con la seguridad hemisférica, la migración y la evolución de los sistemas políticos, el papel semiperiférico de México facilita colocar en la agenda centroamericana puntos clave de interés estadunidense. De la misma forma, los centroamericanos han encontrado en los gobiernos mexicanos, una antesala de cabildeo de sus intereses para presentarlos ante Washington. En palabras de los especialistas: México permite amortiguar el impacto de las asimetrías políticas y económicas que se dan entre la hegemonía continental y su periferia.

Pero este rol también le permite a México ubicar ciertos huecos para proponer su propia agenda hacia Centroamérica, en ocasiones en enfrentamiento con las propias posturas estadunidenses. Ésta es la parte que siempre se ha celebrado en el accionar activo de la diplomacia mexicana en Centroamérica. De hecho esta política exterior activa de México ha encontrado iconos importantes en la historia reciente del istmo centroamericano: en los años 80 y 90 del siglo XX, México jugó un papel fundamental para equilibrar las diversas guerras civiles de la región, promoviendo los acuerdos de paz (como en el caso concreto de El Salvador, pero también de Nicaragua y de Guatemala), criticando el papel militarista de Estados Unidos y reactivando las economías centroamericanas con la participación de Panamá, Colombia y Venezuela (con quienes se conformó el llamado Grupo Contadora). La habilidad diplomática de México, mostrada en estos ejemplos, es lo que permite afirmar que la influencia estadunidense hacia Centroamérica ha estado compartida, en cierta proporción, con México. Esta estructura geopolítica es la que se ve transformada por la aparición de Brasil en Honduras y, con ello, en Centroamérica.

¿Qué está evidenciando la actividad brasileña en Honduras? En principio el vacío geopolítico que ha dejado México. Desde hace aproximadamente una década, la decisión de los gobiernos mexicanos ha sido reforzar su relación con el vecino estadounidense y frenar la actividad diplomática en Centroamérica. De hecho, en los últimos años, el tema de la alianza política de algunos países centroamericanos con países del sur del continente se ha vuelto un punto clave de la agenda de política exterior del istmo, sobre todo por la vía de la alianza entre los gobiernos de la izquierda.

La posible conformación de un eje duro entre Nicaragua, Cuba, Venezuela y Bolivia; o, por su parte, el vínculo estratégico moderado entre los gobiernos del presidente Mauricio Funes de El Salvador y Luiz Inácio Lula de Brasil (que incluye, por intermedio de Brasil, al resto de países del Mercosur, los cuales pertenecen a la esfera de influencia brasileña), han desdibujado el papel de semiperiferia de México. El hecho más escandaloso en esta reconfiguración geopolítica ha sido la alianza híbrida de la derecha hondureña con la izquierda del sur, materializada en las abiertas relaciones que tuvo el gobierno de Manuel Zelaya con la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba) y concretamente con el gobierno de Hugo Chávez a través de Petrocaribe (la asociación de algunos países caribeños con Venezuela, para comprar petróleo a precios preferenciales).

La segunda cuestión que queda evidenciada es la voluntad de Brasil de tomar el espacio que ha dejado México (no es lo mismo que haya un vacío geopolítico, a la intención proactiva de querer llenarlo). Tal parece que Brasil entiende que este rol de semiperiferia en Centroamérica no lo puede tomar la Venezuela de Chávez, toda vez que el enfrentamiento radical del gobierno chavista con Estados Unidos ha sido una constante.

Una semiperiferia necesita mantener un rol de intermediación ante la hegemonía continental, además debe contar con mecanismos políticos, económicos y diplomáticos para hacerse valer. Brasil reúne mejor estas características que Venezuela. La posición de Lula de solicitar públicamente a Barack Obama que Estados Unidos ejerza mayor presión para resolver la crisis hondureña por la vía pacífica, de no aceptar las presiones del gobierno de facto de Roberto Micheletti y de exigir respecto irrestricto a la embajada brasileña en Tegucigalpa, además de mantener el apoyo a Manuel Zelaya como gobernante legítimo de Honduras, reflejan que Brasil ha puesto sobre la mesa su peso de potencia regional: una jugada que no es menor, ante el tradicional equilibrio de fuerzas geopolíticas que ha vivido Centroamérica. ¿Cuál será la reacción estadunidense ante este panorama? y, sobre todo, ¿qué reacción tendrá el gobierno mexicano? Si el gobierno de México no aparece pronto y con más fuerza diplomática en la escena, quizá estemos frente a la conformación de una nueva semiperiferia, la brasileña, pero ahora no sólo para Centroamérica, sino para América Latina.