domingo, 27 de septiembre de 2009

"Jogo bonito" para Obama (Ricardo Trotti )

Brasil es conocido por practicar el "jogo bonito" en el fútbol, pero esta semana se lució con una polémica jugada política al dar refugio en su embajada de Tegucigalpa al depuesto presidente hondureño, Manuel Zelaya, forzando una negociación sobre su regreso a la presidencia que parecía estancada.

Muchos -y con razón- sospechan que la jugada del presidente Ignacio Lula da Silva podría haber sido sugerida por el mentor de Zelaya, el presidente Hugo Chávez; después de todo, ambos se plegaron al unísono reclamo internacional que exige el regreso de Zelaya al poder y exaltaron su juego en el momento más visible, justo durante la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Sin embargo, tras el desembarco de Zelaya, el juego bonito de Brasil pudiera estar beneficiando más a Barack Obama, a los intereses de Estados Unidos y a los de Roberto Micheletti, que al propio Chávez. Es que sin una negociación, Micheletti hubiera seguido arrastrando el peso de la condena internacional, el quite de ayuda financiera y humanitaria y el peligro de que el resultado de las elecciones del 29 de noviembre no fueran reconocidas, prolongando una crisis ingobernable.

Con Zelaya en el país, protegido en territorio brasileño, y con la posibilidad de generar ingobernabilidad a través de sus seguidores, Micheletti no tiene otra opción más que negociar. Más allá de que defienda con tozudez su tesis de que no fue golpe de Estado sino transición constitucional, lo cierto es que sobre sus espaldas carga la responsabilidad de haber aislado a Honduras y de transformarla en un país más pobre de lo que era.

Ante este oscuro panorama, Micheletti empezó a ceder. Habla de dialogar con Zelaya, reconoce de nuevo las virtudes del Acuerdo de San José que propuso el presidente costarricense Oscar Arias y encontró en Jimmy Carter a otro interlocutor válido para dejar de lado a la OEA y a José Miguel Insulza, de los que desconfía.

La opción frente a él y su flamante gobierno no parece ideal, pero es honrosa y puede aplacar una crisis que todos en la intimidad reconocen fue provocada por las bravuconadas de un Zelaya que, envalentonado con los petrodólares de Chávez, quiso destruir la férrea cláusula constitucional de que en Honduras está prohibido perpetuarse en el poder. Bien o mal, Honduras está en el mapa, y el expansionismo chavista fue denunciado.

Así, la propuesta de Arias se convierte en una salida airosa y conforme a los intereses que provocaron el golpe de Estado. Si bien restituye a Zelaya como presidente, lo condiciona con un gobierno de coalición o de unidad nacional que debe continuar la convocatoria a elecciones presidenciales con la prohibición de la reelección.

De esta forma, Micheletti, el Congreso nacional y la Corte Suprema de Justicia que provocaron el golpe contra Zelaya, se podrán sentir conformes de que la Constitución será inviolable, de que repelieron al invasivo chavismo y de seguir estudiando la posibilidad de quitarle a Zelaya la inmunidad para procesarlo por otros delitos. Y todo esto, garantizado con vigilancia internacional.

Chávez, quien pareciera estar pegando un "jonrón" con la puesta de Zelaya en escena, contradictoriamente se quedaría con las bases vacías una vez que éste ocupe en forma transitoria la presidencia, porque a partir de enero, y sin Zelaya, su revolución socialista ya no tendría donde anidar en Honduras.

Obama, por otro lado, sin tanto aspaviento -haciendo caso omiso del propio Zelaya y de Chávez que alguna vez lo encomiaron a "hacer lo posible para restituir el orden", aunque indistintamente lo insultaron por instigar el golpe- lograría hacer prevalecer el principio democrático y mancomunado que defendió ante la asamblea de la ONU distanciándose de políticas que lo precedieron y alejar el chavismo de tierras hondureñas que siempre tuvieron su guía en el Norte. Más aún, sentaría un precedente en la región para que otros gobiernos sopesaran las consecuencias de sumarse a Chávez o prefieran su liderazgo o el de Lula, como optó el presidente salvadoreño Mauricio Funes.

Influido o no por Chávez, casual o intencionalmente, lo cierto es que la jugada de Brasil se transformó en un "jogo bonito" para Obama, mientras que Lula se encarama como un árbitro de lujo.

Info@ricardotrotti.com
Fuente: El Universal de Caracas