lunes, 28 de septiembre de 2009

La tortura según Tarantino (Richard Bernstein)

NUEVA YORK.- ¿Soy yo que estoy demasiado exigente o el nuevo film de Quentin Tarantino, Bastardos sin gloria, ofrece una justificación más descarada de la tortura que la que Dick Cheney ha estado expresando en los últimos tiempos? Los bastardos del título, ocho soldados judíos más Brad Pitt, caen en paracaídas sobre la Francia ocupada por los nazis para aterrorizar a la Wehrmacht, tallar esvásticas a cuchillo sobre la frente de sus víctimas y matarlas a golpes con bates de béisbol.

También se dedican a arrancar cueros cabelludos, al estilo apache. Incluso se ríen de los sufrimientos de sus enemigos. Más aún: a diferencia de Cheney, quien alega que "los interrogatorios refinados" produjeron información invalorable sobre la guerra contra el terror, los bastardos de Tarantino hacen lo que hacen simplemente para que los alemanes les tengan miedo y, según parece, las flagrantes violaciones de la Convención de Ginebra son la mejor manera de lograrlo. O, tal como lo explica al principio de la película el personaje de Brad Pitt, Aldo el Apache, que conduce a los judíos estadounidenses en la batalla: "Seremos crueles con los alemanes, y por medio de nuestra crueldad sabrán quiénes somos".

Bien: Bastardos sin gloria es sólo una película, y el que los bastardos sean mayoritariamente judíos que se vengan de los nazis (en realidad, sus víctimas son casi siempre simples soldados alemanes que no siempre eran exactamente nazis) sin duda les da cierto permiso, al menos en opinión de los espectadores. No obstante, parece un poco raro que la película haya sido tratada por la prensa como el acontecimiento cinematográfico de la temporada, sin comentarios ni quejas de grupos judíos y otros, por mostrar cierta equivalencia moral entre los propios judíos y sus víctimas.

"¿Por qué tendrían que condenarme? -le preguntó Tarantino a Jeffrey Goldberg, de The Atlantic , uno de los pocos que plantearon esa pregunta-. ¿Fui demasiado brutal con los nazis? Los films sobre el Holocausto siempre muestran a los judíos como víctimas; yo quiero ver algo distinto. Veamos a alemanes que tienen miedo de los judíos, tomemos la diversión del cine de acción y apliquémosla a esta situación."

Eso: riámonos del Holocausto. Eso es lo que ha hecho Tarantino. La noche en que vi la película en un cine del este de Long Island, el público aplaudió con entusiasmo al final, aparentemente satisfecho por el espectáculo de judíos matando nazis, aun cuando en la historia las cosas ocurrieron a la inversa. Pero aunque nadie se tomaría el film de Tarantino muy en serio como comentario político o moral, parece que vale la pena examinar por qué este concepto -comandos estadounidenses torturando y asesinando nazis en la Francia ocupada- no podría haber ocurrido, en especial porque los habrían localizado y matado bastante rápido.

El hecho histórico es que la brutalidad nazi -en realidad mucho peor que la clase de atrocidades de guante blanco cometidas por el principal personaje nazi de Tarantino- fue un serio impedimento de los actos de venganza contra los ocupantes nazis. En países ocupados como Francia y Holanda, los nazis tomaban represalias contra la resistencia matando a rehenes civiles.

En su libro A French T ragedy: Scenes of Civil War, Summer 1944, el erudito literario francés, nacido en Bulgaria, Tzvetan Todorov, escribe sobre una situación real, no una fantasía de Hollywood, en la que algunos miembros de la resistencia francesa en la región central de Francia mataron a 13 integrantes de una milicia francesa pro nazi. En represalia, los milicianos capturaron a 38 judíos de la aldea de Saint-Armand, los arrojaron a un pozo y los mataron con piedras y bolsas de cemento.

Esto no implica decir que los miembros de la resistencia antinazi no fueran mejores que los propios nazis ni que las milicias francesas colaboracionistas. Obviamente, eran mucho mejores. Aun así, aunque la resistencia antialemana intentaba obrar bien, terminó contribuyendo a provocar un gran mal, y como ese mal era previsible, eso conlleva cierta responsabilidad moral.

Ahora que lo pienso, la historia que cuenta Todorov podría servir para hacer un film bastante bueno, por estar basada en la amarga realidad de la Segunda Guerra Mundial, y por mostrar gente sometida a genuinas disyuntivas morales y prácticas. Pero ese film no daría al espectador la satisfacción excitante que proporciona Bastardos sin gloria en cuanto a expresión de deseos.

Y probablemente ésa es la verdadera razón por la que el film de Tarantino recibe permiso moral. Aparte de ser un cómic brillante, por momentos una obra cinematográfica sorprendente, en el aspecto técnico, muestra las cosas tal como el espectador desea que hubieran ocurrido en vez de mostrarlas tal como ocurrieron. Y cuando los peores villanos de la historia, los nazis, reciben su merecido, la grandeza y el valor catártico del resultado hace que la Convención de Ginebra parezca una cosa bastante anticuada. © LA NACION

Traducción de Mirta Rosenberg
The New York Times