lunes, 28 de septiembre de 2009

Un recuerdo amoroso (Ramón Rocha Monroy)

OJO DE VIDRIO




Trece años hace que cultivo mi soledad y la preservo en un bastión de dos habitaciones donde vivo. Tengo varios emblemas de mi condición de solitario, como el resuello de los libros, el silencio o la costumbre creciente de hablar y reír a solas, pero ninguno se iguala al que conservo en la memoria de mis días en La Paz. Un día me compré en la Eloy Salmón el televisor más pequeño y barato que encontré, con una pantalla de diez centímetros en blanco y negro. Lo había analizado en los puestos de venta de dividís y no resistí la tentación de comprarlo. Me serviría para ver las noticias. Como la imagen era demasiado pequeña me acostumbré a tenerlo entre mis rodillas, pero la postura me cansaba, y entonces hallé la solución haciéndole campito en mi almohada, de costado, como yo me echaba, y así veía las noticias. En algún momento me atacaba el sueño y sentía la urgencia de darle la espalda para descansar, pero me resistía a silenciarlo. Entonces le daba un beso, como si le diera las buenas noches a mi pareja, y lo dejaba hablando a mis espaldas, mientras me sumergía en el sueño. Despertaba y seguía hablando, como esas mujeres desveladas que no se compadecen de tu cansancio y confunden el lecho del amante con el diván del psicoanalista. Entonces lo miraba con ternura, le daba un beso postrero y lo apagaba. Hoy lo tengo en mi cocina y lo uso apenas para oír los informativos radiales, pero le tengo una ternura especial porque me recuerda aquellas noches de celibato en las cuales compartíamos almohada y lecho.

No entiendo por qué hay gente de mi número que le tiene terror a la soledad, o, como ellos dicen, a llegar a viejo sin compañía. Tanto les asusta esta posibilidad que se juntan a cualquier dama que aparezca en el páramo de sus vidas, y la aguantan aun sabiendo cuánto ceden, y cuánto se sienten atormentados a veces al extremo de la sevicia y los malos tratos, pues uno puede esperar ciertos restos de ternura cuando ha cultivado una relación toda su vida, tanto más difícil cuando uno improvisa una nueva relación sólo por miedo a acabar solo.

Hay soledades y soledades. Hay soledades pobladas de multitudes. Éstas son imprescindibles porque te llenan la vida de recuerdos y de proyectos. A lo que hay que temerle es a una vida sin proyectos. Hay que tener más proyectos que una corporación de desarrollo, aunque uno no tenga tiempo de ejecutarlos sino algunos. Lo temible es una vida solitaria y vacía, sin futuro, sin ilusiones, es decir, sin proyectos.

Con estas ideas, tener una pareja nueva a estas alturas es imposible. Es como si Diógenes hubiera pretendido conseguir pareja estrechándose en su tinaja o imponiendo sus curiosos gustos culinarios, como el de prescindir del fuego para comer pulpos crudos. A las mujeres no las seduce la vida ni menos las ideas de Diógenes.