jueves, 17 de septiembre de 2009

Todos somos los peores (Gonzalo Lema)

…alguna gente de buen corazón, como mi amigo Mauricio Méndez, deberá asumir el reto de convertir este fútbol y esta organización de caverna, en un hecho moderno, propio del siglo que debemos intentar vivir.



Manuel Vicent afirma que ningún descubrimiento científico o logro de la humanidad ha merecido una ovación ni siquiera comparable a la de un gol de la selección nacional. Pudo tratarse del hallazgo de una vacuna, o de la misma penicilina, y la gente se limitó a leer la noticia en el diario con la boca cerrada y sin asentir. Estos temas ni siquiera se tratan en la sobremesa. En nuestra experiencia, la conciencia nacional que tuvimos, y que tal vez conservamos bajo el corcho del consciente, se forjó en silencio mientras se peleaba contra la sed, el hambre y la discriminación social en la guerra del Chaco. Más tarde nos limitamos a hacer la revolución del 52 y de todo ello sólo quedan las imágenes de los mineros con los fusiles en alto y sus cascos sucios. De la ovación ansiada no se tuvo noticias. Pero el 63 los muchachos de la verde y las medias a rayitas provocaron enormes ovaciones en serie hasta coronarse como los campeones sudamericanos que de veras lo fueron. Luego nuevamente el silencio, claro: primero por tanta dictadura de alasitas y luego por tanta dictadura de maleantes. Pero el 82 lo vivimos de manera sentida, porque se trataba de la retoma de la democracia, porque la UDP se metió con nuestro corazón y porque el Falso Conejo ni siquiera alcanzaba a ordenar los papeles de su discurso pero sabía que lo queríamos a muerte. Y con el tiempo llegó la noticia del triunfo del indigenismo y del gobierno de corte nacional-popular más bullicioso de nuestra breve historia republicana, pero de las ovaciones que hablamos nada.

El problema empieza a preocuparnos cuando descubrimos todos que no hay posibilidades de gritar un gol bien puesto. Cualquier victoria nuestra es un hecho aislado y muy pronto se convierte en una anécdota de pacotilla. El fútbol nacional está más pobre que nunca, y eso se debe sencillamente a que lo gobierna un montón de gente sin grandeza ni desprendimiento. Cada cual compite en quién es peor con cada quien. Porque si bien es cierto que nunca fuimos una fábrica de talentos, también es cierto que nunca creamos institucionalidad futbolera, y esa era y es la misión institucional esencial de cualquier dirigente digno. Alguna vez, ante una sucesiva serie de derrotas del Aurora, le dije a un dirigente amigo que todo eso iba a pasar, pero que mientras tanto se siguiera construyendo institucionalidad y plantando desde árboles hasta futuro en sus predios. Así lo hicieron y lo hacen, y alguien me dijo que inclusive salieron campeones. En el fútbol nacional, en cambio, la pobreza de espíritu ha dividido en tres el pan duro de cada fin de semana. Y es porque todo reyezuelo reclama su feudo. El resultado no puede ser otro que con el que crecimos. La pena es que ya se trata de mi generación y no hay cómo echarle la culpa a los que se murieron de viejos haciéndolo mal.

Este fútbol nuestro ni siquiera integra a la nación. Esta lágrima que se llama Liga no abre las puertas a los jóvenes que, para colmo de males, cada día son más. ¿Dónde podrían jugar? ¿En medio de doce equipos que cada semestre se refuerzan con extranjeros desdentados y nacionales de la mutual para arribar como sea a una copa sudamericana? Todo esto nos baja la moral. ¿No sería mejor regionalizar nuestra organización? Ocho equipos por departamento. Veinticinco jugadores por cada equipo. Doscientos en cada asociación. Todo multiplicado por nueve departamentos. ¿Igual? Pues, 72 equipos, 1.800 jugadores, 72 técnicos y demás familia. Eso ya es un montón. Ahí sí habría campo para los jóvenes, para los viejos, para los extranjeros sin nombre y para las sandwicheras en jornada doble de los miércoles y domingos. Los últimos cuatro meses la copa Simón Bolívar, de Tarija a Pando, los nueve departamentos con sus tres mejores equipos, y el Presidente futbolero financiando parte de los pasajes en BOA. En dos años tendríamos un moderado potencial para escoger jugadores y técnico para la selección y así podríamos ovacionar de corazón.

Pero no. Esta historia seguirá igual. Es decir: el cadáver del fútbol y su eterno velatorio en la ANF, Federación y Liga. Mientras tanto qué viva el turismo nacional e internacional para los señores de traje. ¡Hágannos el favor! En nuestro país, y en nuestros países sudamericanos, los más vivos se apropian de los clubes deportivos, de las asociaciones, de las instancias superiores y de las áreas verdes, y de las calles, y de las cooperativas y de todo cuanto se mueve a su alrededor. Para eso se necesita cutis de caimán y rosca sinverguenza. Eso funciona en el deporte y en la política. Mientras tanto que la gente sufra con los colores de la tribu en ambas mejillas.

Por último, algún valiente tendrá que decirle pronto a Platini, como a Maradona, que quizás el sueño del pibe ya pasó. Para conducir el país hay que pensar seriamente en prepararse. No se conduce con la imagen de la juventud, ni en el deporte ni en la política. Menos con los brazos cruzados y con una mudez de muerto. Esta verdad también sirve para alcaldes, o para prefectos, o para presidentes de concejos. Hay que prepararse para no pasar vergüenzas. Edwin Platini Sánchez debería propiciar la profunda reforma del fútbol boliviano: con ideas claras, con voz firme, y con el índice en alto señalando el camino a seguir. ¿Podría afirmar que está en condiciones de hacerlo? Yo no lo creo, por eso me apenó muchísimo que declarara que el país deberá aguantarlo hasta junio del próximo año, fin de su contrato. Así no hablan los que saben jugar, por mucho que ya no jueguen. Sería mucho más positivo que junto a su generación considerara la reforma del fútbol y nos librara de una vez del estigma de que todos somos los peores. Y alguna gente de buen corazón, como mi amigo Mauricio Méndez, deberá asumir el reto de convertir este fútbol y esta organización de caverna, en un hecho moderno, propio del siglo que debemos intentar vivir.