sábado, 26 de septiembre de 2009

La gran potencia brasileña y el caso ejemplar de Honduras (Elizabeth Burgos)

La gran potencia brasileña y el caso ejemplar de Honduras (Elizabeth Burgos)
Manuel Zelaya no incurrió en un hecho fortuito al aparecer de “huésped” de la embajada de Brasil en Tegucigalpa. Difícilmente puede pretender hacernos creer el presidente Lula da Silva que Zelaya no contó con la complicidad decisiva de su gobierno para lograr finalmente introducirse en Honduras. La fecha escogida para el retorno de Zelaya a Honduras, en vísperas de la celebración de la Asamblea General de la ONU, tampoco es un hecho casual. El presidente brasileño sabía que podía contar con el mayor escenario político del mundo para dar una versión de los hechos acaecidos en Honduras que cuadrara con su estrategia y confirmar ante la opinión pública mundial que la voz que cuenta en América Latina es la suya. La posición del Gobierno fue subrayada por Lula, quien exigió hoy ante la Asamblea General de la ONU el “inmediato” regreso de Zelaya al poder y que la comunidad internacional esté “alerta” en cuanto a la “inviolabilidad” de la embajada brasileña en Honduras, en la que le garantizó “refugio” al jefe de Estado depuesto. El inefable asesor para Asuntos Internacionales de la Presidencia, Marco Aurelio García, reiteró por su parte que Brasil solo “cumplió con una obligación humanitaria y diplomática”. Haciendo gala de su formación comunista que pretende que quien no está de acuerdo con el Partido es agente del enemigo, declaró que “quien sostiene que Brasil interfiere debe sentir simpatía por los golpistas” y “estar animado por un afán opositor injustificable”.

Por su parte el canciller del Brasil, Celso Amorim, desde Nueva York en tono amenazante apenas velado, que Zelaya estaba bajo la protección del Brasil y esperaba que “las autoridades de facto harían prueba de buen sentido para favorecer una solución rápida y pacifica”.

Tampoco es posible creer que Lula haya actuado en el caso Zelaya sin contar con el visto bueno de Washington. Tras la aparición de Zelaya en Honduras, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, declaró que “ahora que el presidente Zelaya está de regreso, será oportuno de restablecerlo en sus funciones en circunstancias adecuadas, celebrar las elecciones programadas en noviembre, garantizar una transición pacifica de la autoridad presidencial y restablecer el orden constitucional y democrático en Honduras”. Más claro no canta un gallo. El método es conocido; cuando un gobierno desobedece o desagrada a una gran potencia, se le quita del medio. Los viejos métodos persisten, sólo los actores han variado. Antes Estados Unidos decidía por su cuenta ejercer su derecho a ingerencia en América Latina, hoy comparte esa derecho con el Brasil.

Pero lo sorprendente del papel del Brasil en el caso de Zelaya, es que hace aparecer una de las diplomacias más sutiles del planeta, en un papel digno de “república bananera” que seguramente tendrán secuelas en la política doméstica brasileña.

Ya comienzan a escucharse en el Brasil voces discordantes que hablan de “injerencia en asuntos internos” de otro país, en particular si se tiene en cuenta la actividad desplegada por Zelaya desde la sede de la embajada; en lugar de la actitud de discreción que se le exige a un refugiado político, ha convertido la embajada en un centro desde el que arenga a las masas incitándolas a la acción, lo cual contraría las normas del asilo y la diplomacia. El hecho de que las autoridades brasileñas se lo permitan, demuestra la complicidad que existe de su parte y demuestra que toman parte como protagonistas activas de los hechos.

El senador José Agripino Maia, del opositor partido Demócratas, dijo que Brasil se ha inmiscuido en “una confusión innecesaria” y hasta preguntó si Lula “aceptó entrar en el juego” para “quedar bien con Hugo Chávez“, el líder venezolano que, al parecer, cedió el avión en que regresó a su país el presidente depuesto Aunque se habla de la calidad de refugiado del expresidentes depuesto y el propio presidente Lula da Silva declaró que su “gobierno actuó atendiendo a la tradición brasileña de prodigar el “derecho al asilo”, palabras que plantean un dilema a las normas de la diplomacia y del asilo político, pues si no hay duda de que se le debe dar asilo a un perseguido, víctima de la arbitrariedad del poder, o la situación de Zelaya no es esa.

El Partido Popular Socialista (PPS) ha pedido que se aclare cómo Zelaya llegó hasta la embajada y también su permanencia en la sede, pues “como no se trata de un asilo, parece haber una participación de la diplomacia brasileña en una acción clandestina y en una clara injerencia en asuntos internos de otro país”.

Y el diputado Raul Jungmann, del PPS, sostiene que “la embajada brasileña se ha transformado en tribuna electoral” y el canciller Celso Amorim “debe ser responsabilizado por eso”.

El senador Arthur Virgilio, del opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), afirmó que “si el Gobierno combinó todo esto, se trata de un disparate diplomático imperdonable”.

Virgilio admitió que “es correcto dar abrigo”, pero señaló que “también lo es impedir la actividad política” desde la legación.

En cualquier caso, sostuvo que “Brasil perdió la posibilidad de ser un interlocutor en esta crisis, pues está directamente implicado en la campaña para restablecer el mandato del presidente Zelaya”.

La cuestión es delicadísima, porque abarca la garantía y respeto a la inviolabilidad de la embajada, en momentos en que abriga a un presidente depuesto que regresa para intentar recuperar el poder”, indicó en un editorial el diario O Globo.

El periódico agregó que “se trata de una situación inédita, pues el refugio generalmente es concedido a personas que se ven obligadas a dejar un país, y no a las que vuelven”.

No cabe duda de que la presencia de Zelaya en Honduras introduce una nueva variable en el panorama de la región . Por una parte reactiva la exacerbación del conflicto cuando ya la situación en Honduras había cobrado cierta calma y Micheletti había prometido elecciones próximamente.

Y si bien es cierto que no se deben admitir regimenes de facto, de allí que la comunidad internacional exija el cumplimiento del Plan Arias que exige el retorno al gobierno del mandatario depuesto, pero con poderes limitados, también es cierto que ni la OEA ni los gobiernos que apelan por el retorno de Zelaya al poder, se han preocupado por las razones que condujeron a su derrocamiento.

Lo que queda claro con el caso de Zelaya es la división de las tareas entre el Brasil y Estados Unidos con respecto a America Latina. La figura de Hugo Chávez va quedando relegada a la de un personaje folklórico que, como declarara el Ministro de la Defensa del Brasil, se dedica a comprar armas como si fuera al supermercado, en cambio el Brasil se dedica a desarrollar una industria militar nacional.

Cabe preguntarse si los perseguidos cubanos por delitos de conciencia buscaran refugio en la embajada del Brasil en La Habana, el gobierno de Lula les prodigara la misma atención que a Manuel Zelaya e invocara la “tradición brasileña del derecho al asilo”.

En todo caso, es una posibilidad que los cubano perseguidos por el régimen por delitos de opinión deberían contemplar.
===========
Fuente: Analitica.com