jueves, 5 de noviembre de 2009

Cultivando odios y venganzas (Erika Brockmann Quiroga)

Las voces críticas al discurso presidencial y de su entorno más radical denuncian el odio, resentimiento y venganza que destila inflamando el estado de ánimo de sus fieles seguidores. Exagerada o no, esta critica, para ser efectiva y creíble debe liberarse de fanatismos y partir del análisis más objetivo de las lógicas discursivas y realidades que motivan tan malsanos pero reales sentimientos. Este sería un ejercicio de “deconstrucción” –en jerga anticolonial– que desnuda las contradicciones de un discurso oficial que, a estas alturas de los avances democráticos, poco tiene de defensa a la vida y a la dignidad, argumento al que se recurre en foros y para retrucar a periodistas “impertinentes”.

Desde los balcones, se alude con frecuencia a experiencias de humillación, extrema violencia e injusticia colonial en contra de los pueblos indígenas de los oprimidos de la patria. La palabra “humillación” es vehementemente utilizada. No es casual, funciona y para incrementar su potencia necesita identificar desaprensivamente a los culpables.

¿Cuál es la racionalidad que sostiene esta permanente alusión a experiencias de discriminación y humillación, que el presidente dice haber vivido e intenta cambiar? El conjunto de datos arrojados por la Encuesta Nacional sobre Conflictividad realizada a principios de año, aporta a la explicación, de discursos deliberadamente orientados a despertar emociones individuales y colectivas poco constructivas.

Las respuestas a la pregunta sobre experiencias personales de maltrato y discriminación resultan reveladoras Una mayoría de los bolivianos entrevistados reconoció haber experimentado discriminación, fundada en el color de la piel, en su condición económica, su apellido, forma de hablar, región de origen y por razón de genero. Quien alguna vez se sintió humillado y discriminado sabe que estos hechos despiertan intensas emociones como vergüenza, rabia e indignación que, de no revertirse, desembocan en prejuicios, desconfianzas y mecanismos de auto defensa que erosionan procesos de cohesión social y disponibilidad al diálogo.

Sería necio negar las injusticias y problemas sociales existentes. A veces la oposición intenta soslayarlos mientras otros intentan vengarlas. Napoleón señalaba que en “Política hay que sanar los males, jamás vengarlos”. Lamentablemente, para los estrategas del gobierno las realidades injustas se instrumentalizan dada la eficacia que ha tenido en su empeño por consolidar su proyecto de poder cada vez más distante de un proyecto de país y practicas éticamente justificables. El uso sistemático de esta lógica, en lugar de resolver las injusticias, de sanar las heridas, alienta la espiral de conflicto y de la violencia. Cerrarlas no les quita el sueño.

En este punto, la idea del cambio pregonado se desvanece. Se subestima la democracia como espacio generoso de gestión de conflictos, optando por inflamar pasiones que hoy se contabilizan en perdidas de vida, violencia social, interétnica y política que las autoridades nacionales miran de palco.

Lo cierto es que no se cambia reproduciendo males e injusticias que humillan y lastiman la dignidad de las personas cuando el poderoso denigra al adversario real o imaginario. Sin medir consecuencias, el gobierno se aviene a la descolonización pregonada por F. Fanon, para quien la violencia es inevitable ya que “el colonizado es un perseguido que sueña con transformarse en perseguidor”. Peligrosa e irresponsablemente hay sueños que pueden transformarse en pesadillas. Dicho esto, ¿Dónde queda la democracia y el respeto a la vida y dignidad? ¿Mascarada? ¿Impostura? ¿Hasta cuando?

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La autora es psicóloga, politóloga y ex parlamentaria.

www. elfaro-eribol.blogspot.com

erikabrockmann@yahoo.com.mx