Si hay algo claro en lo que a educación se refiere, es que se están dando grandes pasos en el sentido opuesto al que conduce a un mejor porvenir
Hace unos días, el 6 de junio, se conmemoró el día del maestro boliviano. La fecha, que es una de las que mejor se presta a la las elucubraciones demagógicas, fue motivo de muchos discursos relativos a la importancia que la educación tiene en la formación de los ciudadanos del futuro, los que heredarán la tarea de construir un país mejor.
Como todos los años, las autoridades del área se explayaron sobre la necesidad de introducir radicales cambios en el sistema educativo boliviano. Se habló mucho sobre los objetivos de la nueva reforma que ya tiene tres años de gestación, pero muy poco se dijo sobre los resultados hasta ahora obtenidos pues éstos ponen en evidencia lo mal encaminado que está el asunto.
El tema no es nada nuevo. Como se sabe, ya antes de la fundación de la República fue motivo de grandes debates. Desde que Simón Rodríguez llegó a esta parte del mundo con la convicción de que sólo una buena educación haría posible la construcción de una sociedad mejor, ha sido motivo de infinidad de reflexiones, propuestas, muchas reformas y otras tantas contrarreformas.
Ahora, casi doscientos años después, el balance que se puede hacer sobre es el más desolador de los posibles. La educación sigue siendo una de las más elocuentes muestras de nuestro fracaso colectivo y no hay nada que permita alentar la esperanza en la posibilidad de que deje de ser así.
Muy por el contrario, lo hecho durante los últimos tres años da motivos para temer que estamos más lejos que nunca de resolver el asunto de modo que se encienda una luz de esperanza en el futuro. La nueva reforma promovida por el gobierno es una aberración pedagógica que espanta a los que saben algo sobre el tema educativo, quienes ven con impotencia cómo se avanza a grandes pasos en el sentido opuesto al que conduce hacia un mejor porvenir.
Como se recordará, hace ya tres años, el año 2006, el Congreso Nacional de la Educación anunció que la Reforma Educativa, un proceso en el que se habían invertido más de diez años y decenas de millones de dólares, quedaba sin efecto. Para sustituirlo, el gobierno presentó el proyecto de ley "Elizardo Pérez y Avelino Siñani", con el que se iniciaría el proceso de “descolonización”. Se recurrió a la inspiración de los “achachilas” y los “sabios indígenas”, con resultados que hacen dudar de la idoneidad de los mismos.
El único fruto palpable es la decisión de expulsar de Bolivia al grupo editorial Santillana, identificado como principal instrumento de la “colonización”. Mientras tanto, los “sabios indígenas”, a espaldas de los maestros, siguen buscando la fórmula para contrarrestar perniciosas influencias foráneas, como el teorema de Pitágoras, por ejemplo. Penosa forma de rendir homenaje a los maestros en su día.
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