martes, 6 de octubre de 2009

Cidade maravilhosa (Alcides Parejas Moreno)

Quedé muy impresionado ante el televisor, al ver al presidente del Brasil llorando sin pudor alguno (se enjugaba en forma insistente y aparatosa las lágrimas) a poco de saber que Río de Janeiro, la “cidade maravillosa”, había sido elegida para ser la sede de los Juegos Olímpicos que se realizarán el 2016. Este triunfo ha significado dejar en el camino a Chicago que contaba con la ayuda nada menos que de Obama y señora; a Tokio, a pesar de la eficiencia nipona y la seguridad que ofrecía Japón; y a Madrid que jugó con toda su artillería pesada (el rey, la reina, el presidente, el alcalde de Madrid e incluso los partidos opositores) y ha quedado con el ojo en tinta, como lo mostró Zapatero cuando dijo entre líneas que se había elegido una ciudad que no ofrecía seguridad ni seriedad. Esta imagen, (la del Lula lacrimógeno) que todavía guardo muy viva en mi retina, me llevó a varias reflexiones que hoy quiero compartir con mis lectores.

Se trata, sin lugar a dudas, de una excelente noticia para todos los americanos que vivimos al sur del río Grande. Más de una vez he hecho referencia en esta columna a que en los años 60 vi en un colegio mayor español un repostero (un bello tapiz artesanal) que mostraba una carabela y una lectura que decía: “América, esperanza del mundo”. La imagen del presidente Lula llorando me llevó al recuerdo del repostero y de produjeron en mi algunos sentimientos contradictorios.

Como americano me llené de optimismo y orgullo, pero al mismo tiempo me inquieté pues me pregunté si los americanos –en este caso los brasileños-- estamos capacitados para tomar semejante desafío. Cuando pienso en ello me confirmo en la idea que si los americanos queremos aceptar este desafío y encararlo adecuadamente tiene que ser asumiendo nuestra mesticidad, pues en ello radica nuestra singularidad y nuestra fuerza; que si en el siglo XVI la irrupción de América en la historia universal fue capaz de cambiar el rumbo y ritmo de la historia, estamos en condiciones de hacerlo nuevamente al cabo de más de 500 años. Sin embargo, cuando miro el panorama político de nuestra América y veo el rumbo que está tomando me invade una sensación de fracaso que me niego admitir.

El Brasil colonial no formó parte del imperio español sino del lusitano y, por tanto, los brasileños no hablan castellano sino portugués, la lengua de Camoens. Nuestras historias se entrelazan (durante el reinado de Felipe II de España, Portugal formó parte, aunque por corto tiempo, del imperio hispano y a caballo entre los siglos XVIII y XIX sufrimos los embates del empuje napoleónico que convirtió a Río de Janeiro en la capital del imperio portugués y a las colonias hispanas en repúblicas independientes) o se enfrentan (permanentemente la Gobernación de Santa Cruz de la Sierra sufrió la presión de los mamelucos paulistas que hacían incursiones hacia Moxos y Chiquitos); sin embargo, es preciso afirmar que Brasil forma parte de la América mestiza que está tratando de ocupar el lugar que le corresponde en el mundo.

Las lágrimas del presidente Lula me conmovieron, pues me mostraron a un hombre que contra todo protocolo no oculta la cara amable y sensible del mestizo americano. Sin embargo, al propio tiempo me inquietó la idea que el mismo presidente que no oculta sus sentimientos esté jugando un papel muy poco claro en la política internacional latinoamericana. El Lula de las lágrimas que surge del proletariado apostando por la democracia y regenando del intervensionismo al que permanentemente ha sido sometido nuestra América mestiza es capaz de alcahuetear a Chávez y a Evo Morales y no tiene ningún empacho en intervenir, de la mano con Estados Unidos de Obama, en Honduras, resulta enormemente preocupante.

A pesar de todo estoy seguro que la “cidade maravilhosa” será la reina de los juegos olímpicos de todos los tiempos. Río de Janeiro mostrará al mundo, sobre todo al europeo que no se puede desprender de ese sentimiento eurocentrista que tanto mal hace a las relaciones internacionales, que es una ciudad segura y fiable; que es una ciudad maravillosa. Pero sobre todo nos mostrará a los americanos que sí podemos, que realmente somos la esperanza del mundo.