domingo, 4 de octubre de 2009

Mercedes Sosa: érase una voz en América



Galería: una vida en imágenes


«Si se calla el cantor calla la vida, porque la vida, la vida misma es todo un canto si se calla el cantor, muere de espanto la esperanza, la luz y la alegría»


MANUEL DE LA FUENTE MADRID



Mercedes Sosa ha fallecido a los 74 años en un hospital de Buenos Aires, a consecuencia de la complicación de la enfermedad hepática que padecía.

Se calla el cantor, calla la vida, y qué es la vida, sin el canto. Año 1979, cuando los Ford Falcon del terror eran ángeles exterminadores en las tinieblas de la noche oscura, la interminable noche argentina. Quisieron callarla, los milicos quisieron que su voz mineral y telúrica callara. No se atrevían con ella, con su inmensidad de madre austral, de matriarca americana, y quisieron cortar de raíz las flores de su cancionero, la acosaron, la persiguieron, la silenciaron, detuvieron a quienes iban a escucharla, y Mercedes Sosa se tuvo que ir con la música y con la vida a otra parte.

Primero, París, donde el corazón se le partió más de una vez, era tanta la tristeza. Luego Madrid, 1980, entre amigos, entre compañeros, más recogida, más abrazada. Ya no era una niña, ni en la vida ni en el canto. Ya reposaban en su pollera treinta años de carrera, y un puñado de discos palpitantes: «Yo no canto por cantar» (1966), «El grito de la tierra» (1970), «Hasta la victoria» (1972), «A que florezca mi pueblo» (1975), «Si se calla el cantor» (1977), que la habían convertido en referente inevitable de la renovación de la música popular argentina y también hispanoamericana.

En voces como la suya, el folclore revivía, cobraba otra vida, reverdecía, se alimentaba de savia refrescante, y las viejas melodías le sentaban a los nuevos tiempos como un guante. Neruda (aunque a veces le parecía un poco machista), Gabriela Mistral, Víctor Jara, Violeta Parra, Jorge Cafrune, Horacio Guaraní, ningún verso le fue ajeno a Mercedes Sosa, «La Negra». Le dio gracias a la vida muchas veces, pero también le cantó las cuarenta y las que fueran menester a todo lo que apestara a silencio, a prohibición, a condena. Su voz fue un himno para los corazones de América toda, y fue trino libertario por aquí, entre nosotros, en los días en que también estrenábamos cantos de vida y de esperanza, sones de democracia, estribillos de libertad. Por fin, tantos muertos después, Argentina volvió a brotar hermosa y austral, descomunal y verdadera, y para nosotros siempre hermana.

Himnos para el corazón
Los Falcon se fueron perdiendo en la noche de los tiempos, los milicos, más o menos, acabarían en el banquillo, y Mercedes Sosa volvió a su tierra, a aquella patria descoyuntada que más que nunca necesitaba una canción: «Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo. Pero no cambia mi amor, por más lejos que me encuentre. Ni el recuerdo ni el dolor, de mi pueblo y de mi gente», la inolvidable y conmovedora canción del chileno Julio Numhauser. Siguieron los discos, «Vengo a ofrecer mi corazón», (1985), «Gracias a la vida» (1987), «Amigos míos» (1988), siguieron sus paseos humanos y musicales por medio mundo, por las plazas y los estadios, por los teatros y las barriadas. Cantaba Mercedes Sosa, cantaba «La Negra», y hasta la tierra callaba por admirarla: «Si se calla el cantor calla la vida, porque la vida, la vida misma es todo un canto si se calla el cantor, muere de espanto la esperanza, la luz y la alegría». Aquella adolescente de rasgos indígenas que había debutado en un concurso de la radio de su Tucumán natal en 1950, era ya una toda una señora de la canción popular universal, reclamada por los públicos de los cuatro esquinas del planeta. No faltaron los premios ni los reconocimientos, como ser nombrada embajadora de Unicef. No faltaron sin embargo los dolores del alma, ni los del cuerpo (la vista, una parálisis), pero su energía ancestral la mantuvo en pie. Volvieron las giras y las grabaciones, como la «Misa Criolla» (2000) y «Corazón Libre» (2005), volvieron hasta ahora mismito. Sí, su voz fue un himno para nuestros corazones, te dirá cualquier pibe, en la Plaza de Mayo, en la plaza del dolor y la esperanza. Te lo dirán también Leon Giecco y Charly García, y Fito Páez y Milton Nascimento. Te lo dirán también Serrat y Caetano, y Julieta Venegas, y Shakira, y Lila Downs (sin duda su heredera) y Sabina… que apenas hace unos meses grababan con ella su último disco, «Cantora», ya todo un clásico en media América.

Fue una mujer bandera, una tucumana de bandera, pero que siempre prefirió confesar que había vivido. «No me pregunten de política, yo, como mucho, sólo entiendo de la vida» decía. Toda una vida revoloteando de canción en canción, de denuncia en denuncia. Su voz, la voz a ella debida, la voz de América, Mercedes Sosa mujer de las pampas del alma y de los andes del corazón, mujer de una pieza, que siempre supo que las cosas no cambiaron tanto como esperábamos, ni mucho menos tanto como queríamos, ella que toda su vida le cantó a las estirpes condenadas a cien años de soledad, a las que intentó, con su voz, dar una segunda oportunidad sobre la Tierra, a pesar de que ella, la Sosa, «La Negra», sabía que quizá la canción y la poesía fueron armas (sólo de fogueo) cargadas de futuro y «que hay que reconocer que el canto y la poesía no ayudan tanto como una quisiera, como una deseara».

Ha callado el cantor, ha callado la cantora. América se ha quedado muda. Se la ha llevado la vida, se la ha llevado la muerte. América huérfana de madre, América huérfana de voz. Mercedes Sosa, hoy te lloran en todas las esperanzas cantadas en español, hoy, Mercedes Sosa, te lloran en todos los continentes, y en todos también te recuerdan, con las promesas que Rafael Amor puso en tu voz: «Te han sitiado corazón y esperan tu renuncia / los únicos vencidos corazón, son los que no luchan». Ahora lo sabemos: ni todos los Ford Falcon del mundo habrían podido contigo, Negra.