Lo único que en los hechos tiene alguna relevancia es que el Gobierno ha logrado poner a su “nacionalización” mucho más allá del bien y del mal
Como si de algo sorprendente se tratara, las denuncias hechas por el ex presidente de YPFB-Transportes han sido recibidas por algunos círculos políticos y periodísticos como si el ex candidato presidencial de NFR hubiera sido el portador de una verdadera revelación. Como era de suponer, algunos aspirantes a candidatos opositores fueron los que con más entusiasmo las recibieron, suponiendo sin duda que algún rédito electoral podrían obtener al sumarse al alboroto originado en las nuevas denuncias.
Sin embargo, una semana ha sido suficiente para que el asunto vuelva al punto de donde salió: la tenebrosa oscuridad donde desde hace tres años se toman las decisiones relativas a la riqueza hidrocarburífera de nuestro país. El autor de las denuncias gozó de unos días de fama y seguramente nadie volverá a acordarse de él.
Que el asunto no haya merecido otra suerte es lo lógico y normal. Es que a estas alturas de la historia de la “nacionalización” ya nadie que esté medianamente informado puede hacer alardes de indignación –sin caer en lo ridículo-- ante una manera de actuar que no es la excepción, sino la regla. Es el caso de la manera como se procedió a comprar las acciones de Shell y Ashmore, procedimiento que en nada se distingue de todo lo hecho en nombre de la “nacionalización” de los hidrocarburos.
Que se trata de un pésimo negocio para el país, es evidente. Que se actuó sin asomo de transparencia, también. Que quienes negociaron en nombre del Estado lo hicieron como neófitos en el asunto, lo que los hizo presa fácil de los representantes de las transnacionales en las negociaciones, es incuestionable. Pero nada de eso es nuevo y mucho menos sorprendente.
Así se explica que al Gobierno le haya resultado tan fácil salir del paso. No importa que hasta ahora nadie haya podido precisar la magnitud del monto de las deudas de Transredes que será asumido por el Estado. Tampoco importa que entre una versión y otra haya algunas decenas de millones de dólares de diferencia. Lo único que en los hechos tiene alguna relevancia es que el Gobierno ha logrado poner a su “nacionalización” mucho más allá del bien y del mal.
Es tan incontrovertible el mito, que está fuera del alcance de cualquier argumento racional. El que se haya llegado a tal punto de confusión es en gran medida atribuible a la eficiencia con que los propagandistas del MAS lograron imponer esa idea, como muchas otras. Pero tanto éxito no hubiera sido posible si, además, no tuvieran al frente una oposición ideológicamente vencida, incapaz de ir más allá de las manifestaciones externas de los problemas. La facilidad con que se soslaya ese monumental fraude que fue todo el proceso de “nacionalización” es una de las claras muestras de lo rotundo que fue el triunfo ideológico del MAS,
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Hace 4 años