Ya que los bloqueos de caminos son uno de los peores síntomas de los males que nos aquejan, rechazarlos con toda firmeza como instrumento de lucha tendría que ser parte fundamental del tratamiento que nos conduzca a detener el suicidio nacional. La iniciativa corresponde a la oposición
Durante los últimos días, como ya es cosa de rutina desde hace muchos años, los bolivianos hemos sido víctimas de una de las más absurdas manifestaciones de una locura que tiene entre sus principales síntomas la inclinación hacia el suicidio nacional: los bloqueos de caminos.
El fenómeno ha adquirido tal magnitud que ya puede ser considerado como un rasgo de nuestra idiosincrasia que no puede ser comprendido sólo en términos políticos ni sociológicos. Probablemente corresponda más al ámbito de la psicología social, pues las causas de la frecuencia y pasión con que unos y otros bloquean parecen radicar en algún rincón del inconsciente colectivo.
La irracionalidad de esa conducta ha alcanzado su máxima expresión durante las últimas semanas, cuando dirigentes cívicos de las tierras bajas decidieron bloquear sus propios caminos. Y sobre los mismos caminos, ya bloqueados, sus enemigos, los seguidores del gobierno, construyeron sus propias barricadas. ¿Quién bloqueaba a quien? Ambos, muy orondos, se atribuían el “mérito” y el éxito de su medida.
Entretanto, a ambos lados de los bloqueos, miles de transportistas, comerciantes, empresarios exportadores, ciudadanos comunes y corrientes, sin hallar quien atienda sus súplicas y se solidarice con su desesperación, sólo podían sumar sus cuantiosas pérdidas y rumiar la amargura que produce vivir en un país en el que los caminos al progreso y bienestar están cada vez más cerrados.
Las razones que impulsan a los seguidores del Movimiento al Socialismo a hacer de los bloqueos su favorito medio de lucha ya han sido abundantemente criticadas. Al fin y al cabo, ya son muchos años que el país debe lidiar con ese flagelo sin esperanzas de revertirlo pues resulta plenamente coherente con un proyecto político que entre sus atributos tiene un profundo desprecio por la actividad productiva, por el espíritu emprendedor de quienes la realizan y por todos los valores que les son propios. Además, mal que nos pese, le ha dado buenos resultados políticos. Su forma de actuar es inaceptable, pero es, desgraciadamente, compatible con la visión de país que propugnan.
Es en cambio inconcebible que hayan optado por la misma manera de actuar nada menos que quienes tendrían que haber sido sus más firmes impugnadores, quienes tenían la obligación de asumir la representación de esa ciudadanía que sufre las funestas consecuencias de los bloqueos que es, al fin y al cabo, toda la martirizada población de Bolivia.
¿Cómo explicar, por ejemplo, que quienes dicen representar los intereses de los cada vez menos bolivianos productivos hayan sido los iniciadores de la ola de bloqueos que hoy tiene al borde de la asfixia a Santa Cruz, que se suponía era la punta de lanza de un país diferente al que insiste en suicidarse? Difícil tarea, pues en este caso ni siquiera el rédito político atenúa su culpa, como ocurre con el MAS y sus movimientos sociales.
Ya que los bloqueos de caminos son uno de los peores síntomas de los males que nos aquejan, rechazarlos con toda firmeza como instrumento de lucha tendría que ser parte fundamental del tratamiento que nos conduzca a detener el suicidio nacional. Por todo lo anotado, la iniciativa corresponde a la oposición. Un buen paso sería que, ahora que debe negociar en las mesas de diálogo los términos de su rendición, incluya una cláusula mediante la que ambas partes renuncien, teniendo al país como testigo, a ese criminal recurso.
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